ADIÓS A INTERVIÚ





            La agonía de la prensa de papel se cobra dos nuevas víctimas Tiempo e Interviú, dos auténticos símbolos de la España de la Transición, junto a Cuadernos para el diálogo y, sobre todo, Cambio 16. Mi amigo Ángel Antonio Herrera, que dejó Barcarola para “hacer los madriles” en 1984, y que fue uno de los pioneros de Interviú, dice que para él esta revista fue una “cátedra de rebeldía”. No dudamos de su palabra, aunque también podríamos calificarla de elemento clave de la Transición.
            El olfato que tuvo su fundador, Antonio Asensio Pizarro, en 1976, al dar a la luz esta revista, calificada por el estamento bienpensante de “chabacana” y otras lindezas, en la época, no puede menos de considerarse hoy día de agudísimo. Se trataba de dar una de cal y otra de arena, al amparo de la recién adquirida libertad de expresión. Investigación y sexo, sexo e investigación, desafiando a menudo a los sesudos varones de la inquisición jamás desaparecida de España, los grandes dictaminadores y regidores de las conciencias que venían sometiendo a los españoles desde hacía innumerables décadas, esos mismos que habían frustrado el Premio Nobel de Pérez Galdós, que habían asesinado a Lorca y, sí, también, a Muñoz Seca. Los grandes intolerantes, de uno y otro lado, los curas retrógrados que amargaron nuestra niñez con la obsesión del sexo, convirtiendo España en sacristía y cuartel, incienso y pólvora.
            Fue valiente, qué duda cabe, la decisión de sacar a la luz, a todo color y a base de billetes, en topless a las “famosas” españolas y extranjeras, muchas de ellas salidas de los círculos de la prensa rosa. España se descocaba. ¡Qué escándalo ver en los quioscos el desnudo casi integral de Mari Sol, la niña prodigio de los sesenta! ¡Qué escándalo para nuestros hijos!, gritaban los puritanos. ¿A dónde vamos a llegar?, exclamaron otros al ver a la faraona quincuagenaria enseñando sus intimidades tan adoradas por Franco y los franquistas. El mundo cambiaba, el mundo se les iba de las manos a los grandes gestores de la moralidad pública.
            Y sin embargo, la cosa venía de lejos. Era imposible retener aquella terrible represión sexual de cuarenta años de confesionario. Hacía tiempo que el personal, consciente de que “lo verde empezaba en los Pirineos”, se había acostumbrado a peregrinar, en vez de a Lourdes, a Perpignan, Narbona, Nimes, Pau, Tarbes, e incluso a Toulouse y Montpellier, para ver “basura”, pero “basura verde verderol”, películas infames. Ya no se trataba de El último tango en París ni de las Emmanuel de turno. No, en vista del negocio, los cines de estas ciudades francesas adquirían toda clase de bazofia para unas salas repletas de españolitos, portugueses y algún que otro italiano.
            Empezó así, antes que de otro modo, la auténtica rebelión contra el sistema. La emancipación sexual de las generaciones de reprimidos en nombre de Dios y de la Iglesia. También por esto debería pedir perdón la Santa Madre Iglesia. Su obsesión por el sexo hizo estragos. Y de eso se aprovechó Interviú, con su política de “entre col y col una lechuga”. Hoy día todo esto nos hace reír, cuando no avergonzarnos públicamente. Pero por alguna parte había que empezar. “¡Qué tiempos, coño! ¡Qué apasionantes y apasionados tiempos! –escribe Gelan–. Yo escribía –añade– lo que me echaran, y pronto logré hacerme un profesional de la mujer, porque le puse folio a desnudos anónimos,  o famosos, y también un profesional de la poesía de la mala leche, porque la revista era una cátedra de la rebeldía”. Por algún sitio había que empezar a demoler la vieja torre del puritanismo hipócrita de siglos. El experimento, reconozcámoslo, no fue malo. Hizo su papel y así se lo reconocerá la historia.       
                            Juan Bravo Castillo. Domingo, 4 de febrero de 2018

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