¿UNA NACIÓN DE NACIONES?



            Definir España como una nación de naciones, como acaba de hacer el socialista Pedro Sánchez, no sólo comporta una serie de riesgos graves, sino que supone llevar los límites de la historia de nuestro país a unos derroteros desconocidos.
            El error histórico que supuso la creación del Estado de las Autonomías con aquello del “café para todos” y desmembrando al viejo reino de Castilla, que, en opinión de don Claudio Sánchez Albornoz, “hizo España”, es posiblemente la causa del confusionismo en el que nos venimos moviendo con los nacionalistas vascos y catalanes, no satisfechos con aquel reparto de la tarta y que siempre aspiraron a más y más, adelgazando progresivamente el hilo que los une a España.
            Por eso, hablar ahora de nación de naciones, conlleva un riesgo añadido, acercando peligrosamente a la nación española a la vieja organización federal del Estado a la que aspiraban Enric Prat de la Riba, Francisco Pi i Margall y su discípulo aventajado Vicente Almirall. Recordemos, sin embargo, que, incluso ellos, además de hablar de “nacionalidades” –nunca de “naciones”–, tenían como norte la idea de catalanizar España, trocando la vieja Castilla mística y guerrera por la Cataluña moderna y avanzada.
            Tampoco se atrevió a hablar de “nación” al nacionalista gallego Alfredo Brañas, que, en su obra El Regionalismo, se inspiró del nacionalismo catalán para fundar el gallego. Ni, que yo sepa, el andaluz Blas Infante, “padre de la patria andaluza”, o el xenófono Sabino Arana, que por primera vez formuló el nacionalismo vasco.
            Por eso no dudo en pensar que el error que puede cometer Pedro Sánchez de alcanzar la Moncloa si llega a reformar la Constitución en ese sentido, sólo tenga parangón con el que, en el colmo del delirio, cometió José Luis Rodríguez Zapatero, prometiendo a los catalanes un nuevo Estatuto –que por cierto muy pocos pedían– dejándoles barra libre a la hora de exigir. Ahí empezaron los males que Rajoy se encargó de agravar hasta límites insospechados.
            Es evidente que, pese a que los pueblos hispanos medievales se denominaban a sí mismos leoneses, castellanos, gallegos, portugueses, navarros, aragoneses, catalanes, etc., compartían –y ésa es la clave– el sentimiento de pertenencia a la comunidad moral e histórica de Hispania, a la que acabaron por identificar con España. Durante siglos, y pese a la modernización del Estado de los Reyes Católicos y pese a la política centralista del Borbón Felipe V –muy  positiva por cierto para España – ese doble sentimiento perduró. Lo que vemos actualmente, es un progresivo debilitamiento del mismo, muy parecido a lo que ocurriera en la España musulmana de los Reinos de Taifas.
 Por eso, convendría que el nuevo líder del socialismo español se aclarara antes de llegar al muy previsible desmadre. ¿Qué autonomías serían naciones en este más que posible Estado Federal? ¿Cataluña, Euskadi, Galicia acaso? ¿Recobrarían en dicho esquema Castilla, o Castilla-León, junto a Aragón, el tan necesario estatus, dado que son las autonomías más perjudicadas, y a los hechos me remito? ¿Qué haríamos con La Rioja, Cantabria, Murcia, Extremadura, Andalucía y el País Valenciano? La olla de los grillos está servida, precisamente en una época en que, dejando a un lado a los nuevos fanáticos de turno, se propende al cosmopolitismo y a la globalidad. ¿Adónde vas, pues, Pedro Sánchez? ¿Y todo para intentar así calmar la ira de un 40% del pueblo catalán? Lee este artículo, por favor, y trata de dar una respuesta.

Juan Bravo Castillo. Lunes, 26 de junio de 2017.      

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