¿TODO VALE?



            A veces tiene uno la impresión de que, pese a nuestros cuarenta años de democracia, ha llegado un momento en política en que todo vale con tal de conseguir unos fines, maquiavelismo puro cuando no sinvergonzonería y oportunismo. Dos ejemplos plenamente significativos nos ayudarán a explicarnos.
            El primero, la utilización aviesa que el Gobierno de Mariano Rajoy –dueño y señor del 80% de los medios de comunicación– ha hecho de la muerte, en el último atentado de Londres, de Ignacio Echevarría –convertido, por obra y gracia de dichos medios–, en el “héroe del patinete” y condecorado con la Gran Cruz del Mérito Civil. Echevarría le ha venido al PP como anillo al dedo en vísperas de la moción de censura abriendo nada menos que tres telediarios. España, al parecer, necesita héroes, como si no los hubiera a cada vuelta del camino, en cada pueblo, en cada región, gentes que se dejan la vida, literalmente, cuidando a su prójimo, para ésos no hay Cruz ni heroísmo, para ésos, el anonimato. Y que conste que en modo alguno tiendo a minimizar el gesto heroico de este joven español, hecho en un rapto de valentía. Critico, y muy duramente, la utilización tendenciosa que se hace de los Echevarrías y de los Nadales para sacar rédito político, cuando luego se olvida miserablemente a gentes que dan su vida entera, no a trocitos, entera, por sus semejantes, gentes que, como dice Machado, “un buen día como tantos reposan bajo la tierra” sin reconocimientos ni cruces ni distinciones, ésas sólo están destinadas a militares, políticos y juristas.
            El segundo ejemplo, a diferencia del primero, tiene un plus de deshonestidad intrínseca, ya que, en este caso, no se trata de un muerto heroico, sino de un personaje extravagante a quien la popularidad no le basta y aspira a convertirse en figura simbólica de la añorada República Catalana. Me refiero, claro está, a ese personaje, José Guardiola, que durante años defendió la camiseta nacional de la selección española de fútbol, cuando en realidad no sentía por España más que odio y resentimiento. José Guardiola, lanzado a la fama futbolística gracias a un tal Lionel Messi, y que, lejos del Barcelona Fútbol Club, va de fracaso en fracaso en Munich y en Mánchester, pese a las enormes sumas que tanto el Bayern como el Manchester City pusieron a su disposición para hacer un equipo de ensueño, un equipo ganador. José Guardiola, un hombre endiosado por el deporte rey, y que se deja mansamente manipular por el gobierno de la Generalitat de Carles Puigdemont para leer en público una serie de folios, escritos sin duda por los que lo manipulan, y en las que canallescamente se permite –y le permiten– tildar a España de “Estado autoritario”, defendiendo la confrontación –“Votaremos aunque el Estado español no quiera”–, y proclamando insensateces a diestro y siniestro al acusar a España de poner en marcha una persecución política impropia de una democracia en la Europa del siglo XXI. ¡Qué poca personalidad y que escaso sentido común demuestra el endiosado Guardiola prestándose a lo que puede ser un auténtico choque de trenes entre Cataluña y el resto de España!
            Que Ignacio Echevarría haya sido utilizado por el PP por motivos obvios, se entiende, máxime cuando la familia lo ha consentido; pero que este ciudadano del mundo, José Guardiola, se preste a tan turbio manoseo por parte de los políticos catalanes secesionistas, mintiendo ante Europa de la manera en que lo hace es poco menos que repugnante. ¿A qué aspiras ahora, Guardiola, a una estatua de bronce en la plaza de Cataluña?

             Juan Bravo Castillo. Lunes, 19 de junio de 2017

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