MERCADEO PRESUPUESTARIO
La política tiene aspectos
despreciables y mucho más aún cuando se arrastran males ancestrales, como los
que cometieron los padres de la Constitución de 1978 otorgando a los
nacionalistas privilegios que, añadidos a los viejos fueros del País Vasco, no
han hecho más que incrementar con el paso de los años las diferencias
regionales en vez de reducirlas. Y todo con el beneplácito de los sumisos, de
los que siempre callan y siempre otorgan.
El escándalo de lo acaecido con la
aprobación de los Presupuestos Generales del Estado de 2017 –y posiblemente
también para 2018–, no hace más que reforzar esta teoría. ¿Qué habrían dicho
los populares de haber sido los socialistas los encargados de someterse a una
negociación con visos de chantaje con el PNV y con ese apéndice canario que es
Pedro Quevedo de Nueva Canarias? Habrían puesto el grito en el cielo. Y sin
embargo, ellos lo han hecho con premeditación, alevosía y nocturnidad, sin que,
para desgracia de las regiones desfavorecidas, o sea las céntricas, se haya
dicho de una vez, “hasta aquí llegamos”. Porque una cosa son los privilegios
obtenidos bajo manga por los astutos negociadores vascos (posiblemente un
acuerdo tácito de acercamiento, en un plazo más o menos dilatado para no
provocar el escándalo, de los presos etarras a prisiones cercanas a Euskadi), y
otra la “pela” contante y sonante, o sea el privilegio económico o parte de tarta
que necesariamente ha de quitárseles al hijo bueno de la parábola, para dársela
al hermano díscolo, el hijo pródigo. Ya digo, una vergüenza.
Viendo lo obtenido por el ínclito
Quevedo, convertido por mor del azar en pieza clave del organigrama, uno no puede
menos que pensar lo productivo que habría sido para las regiones condenadas al
ostracismo, en especial las dos Castillas y Extremadura, la creación de
partidos regionalistas, cuyos votos un día pudieran ser, como los del PNV o
Nueva Canaria, básicos para la estabilidad del Estado.
El chantaje está a la orden del día,
y aquellas políticas de solidaridad establecidas por Adolfo Suárez y
Tarradellas, hoy son agua de borrajas, en una España donde cada cual tira por
su lado y a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga. Convendría hacer un
estudio exhaustivo para hacer ver al españolito de a pie los privilegios
obtenidos por Euskadi, con su PNV al frente, desde el estrepitoso fracaso del
Plan Ibarretxe: lo que no consiguieron las armas, lo ha logrado la sutileza de
una minoría de políticos “buenos”, siempre dispuestos a “sacar tajada” en todas
las coyunturas posibles, como antaño hicieran los convergentes de Jordi Pujol.
Privilegios de toda índole, mientras, un poco más al sur, Castilla, como muy
bien escribía en una carta al director de este mismo periódico, el miércoles 31
de mayo, Cristofer Pons Rodríguez, aparece “troceada, humillada, mutilada y
olvidada”. No, no hay ni pizca de exageración en tales palabras; basta con
salir de Euskadi y adentrarse en los páramos burgaleses, palentinos o sorianos para
comprobar el viejo adagio de Sánchez Albornoz, cuando el 27 de agosto de 1931,
decía en las Cortes de la Segunda República, “Castilla hizo España y España
deshizo Castilla”, adagio con el que no sólo se hacía eco de una noción
abstracta y espiritual que se había derramado por el mundo y que al disiparse
había dejado una estela de desolación, un paisaje torturado cuya luz límpida
seguía estimulando el esteticismo, la sublimación poética y la tentación mística,
sino que traducía con tristeza el mal trato que estaba recibiendo, ya entonces,
Castilla.
La política, hoy día, es ya puro
mercadeo o chalaneo, sin grandeza de miras, ni elementos ilusionantes. Sólo
“quítate tú, para que me ponga yo”. Triste destino.
Juan
Bravo Castillo, Lunes, 5 de junio de 2017
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