¿QUIÉN PARARÁ A DONALD TRUMP?

    
                       


            Donald Trump tiene ya sus judíos, el pueblo mexicano, un pueblo, para él, apestado, vago, drogadicto y peligroso; un vecino a exterminar, vamos. Todo lo que es puramente mexicano no sólo no le interesa, sino que está dispuesto a acabar con ello.
            Los hay que esperaban que la bestia se domeñara una vez conseguido el poder, pero la verdad está mostrándose bastante más cruda de lo esperado: con velocidad de auténtico récord, está cumpliendo al pie de la letra sus amenazas vomitadas a lo largo de su turbia campaña electoral. En sólo una semana se ha enajenado a medio mundo.
            Estamos, qué duda cabe, ante un auténtico hombre primitivo, como tantas veces hemos visto en los westerns americanos; un hombre lleno de odios y aversiones; un personaje traumatizado al que, por ensalmo, una mayoría de norteamericanos atribulados, le han puesto, a él y a su tribu, en la Casa Blanca, e, imbuido de su misión mesiánica, se muestra dispuesto a arrasar con todo lo que no le venga bien.
            Su primer acto fue directamente contra el castellano, considerado como un idioma inferior, de escaso rango como el  turco o el portugués, olvidando el papel civilizador que españoles y portugueses llevaron a cabo antes de que ningún “trump” aterrizara por aquellas tierras. Pero de la palabra, no ha tardado ni dos días en pasar a los hechos, firmando ante el mundo entero el decreto de construcción de otro muro de la vergüenza en la frontera con México; su proyecto estrella; y anunciando a bombo y platillo, para colmo, que ese muro de tres mil kilómetros lo pagarán los propios mexicanos por las buenas o por las malas.
            Que el país que salvó a Europa, junto con la URSS, del fanatismo nazi, cobrándose ambos desde luego un altísimo precio, se empeñe en volver al Medioevo, emulando a soviéticos e israelíes, pioneros en este arte malvado de erigir muros en Berlín y en Cisjordania, da mucho que pensar de los terribles derroteros que toma el mundo en este nuevo siglo del que únicamente hemos vivido dieciséis años. Se erigen muros allí donde se acaba la civilización. Recordemos aquellas palabras de Rousseau en su discurso sobre el origen de la desigualdad social, donde decía que “el primer hombre que tuvo la idea de acotar un terreno con cuatro estacas, y encontrar a  unos vecinos lo suficientemente cándidos para hacerles creer que aquello era suyo, fue el iniciador de la injusticia social”. Se erigen muros donde se acaban las razones e impera la fuerza.
            Es lógico que el presidente de México, Enrique Peña Nieto, recogiendo la indignación de todo su pueblo, humillado y ofendido, se haya negado a viajar a Washington para la tradicional entrevista de presidentes.
            Pero la cosa no ha quedado ahí, ya que hoy viernes al señor Trump le ha faltado tiempo para entrevistarse con le primera ministra británica Theresa May, la tonta útil de manejar, alabando el brexit, y anunciando que no le da más de año y medio de vida al euro, lo que supone una auténtica declaración de guerra a Europa. Sólo le ha faltado decir que la raza anglosajona es, como pensaba Hitler de los germanos, la raza elegida por Dios.
            Como muy bien reconoce la gran mayoría de la prensa estadounidense, estamos ante un auténtico elefante entrado en la Casa Blanca como si se tratara de una cacharrería; un esquizofrénico entrado en escena justo en el momento en que el mundo necesita de altas dosis de cordura y comprensión, cuando no de generosidad. Ahora bien, estos brotes que por doquier surgen de xenofobia, racismo e intolerancia son ya claras muestras de que el fanatismo islámico se está saliendo con la suya.
                               Juan Bravo Castillo. Lunes, 30 de enero de 2017
       

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