ALCOHOL Y JUVENTUD
Los datos no pueden ser más
contundentes: la mitad de los adolescentes de Castilla-La Mancha ha tenido un
“atracón” de alcohol en el último mes, o lo que es lo mismo ha consumido cinco
o más bebidas en menos de dos horas. Así se desprende del análisis elaborado
por la Junta de Comunidades en su nuevo Plan Antidrogas, aprobado a finales de
diciembre por el Consejo de Gobierno. Datos que no hacen más que incrementarse
paulatinamente año tras año, y que generan más y más preocupación en las
familias, que ven, más que preocupadas, cómo sus hijos se convierten en
víctimas de un mal cada vez más generalizado en todo el país.
El alcohol campa ya por sus
respetos entre los estudiantes de entre 14 y 18 años. Un 65% confiesa sin
tapujos haberse emborrachado al menos una vez en su vida, y en un 35% de los
casos, la borrachera ha tenido lugar en los últimos treinta días. Y lo que es
aún más grave, si es que esos datos no lo son ya de por sí, las primeras
experiencias con esta droga se producen ya en torno a los 13 años y medio en
Castilla-La Mancha.
La espiral alcohol-tabaco-cannabis e
incluso cocaína, crece y crece ante la mirada permisiva de una sociedad incapaz
de combatir una lacra de la que en gran modo participa. Los jóvenes imitan
conductas que ven en sus mayores, y a menudo, ahí empieza todo. Beber y fumar
son prácticas ancestrales muy difíciles de combatir y prácticamente imposible
de desarraigar.
No sé con exactitud lo que
pretenderá el gobierno regional con su Plan Antidrogas, pero lo más probable es
que no se llegue más allá de establecer nuevas prohibiciones. El problema
tienes redaños, pero lo que parece indudable es que únicamente con
prohibiciones no llegaremos a ninguna parte. Estos jóvenes que se refugian en
la droga son pura y simples víctimas de una sociedad que, en gran medida,
camina sin rumbo, aferrada a sus valores huecos. Una sociedad que vive
pendiente de las satisfacciones perentorias, de los triunfos fáciles, del
dinero, da darle placer al cuerpo y “exprimir el limón” al máximo. Una sociedad
profundamente enferma y aletargada, insatisfecha, que, en vez de afrontar sus
problemas, los anega en alcohol.
Hay, qué duda cabe, jóvenes sanos,
muchos más de los que creemos, pero para ellos supone Dios y ayuda no dejarse
llevar por la corriente y mantener su identidad sin ser considerados por sus
compañeros “rara avis”. Cambiar el estado de las cosas, insisto, no es nada
fácil. Estamos, y eso deben saberlo bien los expertos de la Junta, ante un
problema que se ha de combatir desde la escuela. La clave, que decían los
surrealistas, es cambiar la vida, generar ilusión, volver, en lo posible, a los
viejos presupuestos de la Institución Libre de Enseñanza, en lo que aún tengan
de válidos, fomentar el amor a la naturaleza desde niños, la práctica del
deporte, el amor a la lectura, la música y la pintura, permitir que el niño
descubra sus propios valores y encuentre su vocación, hacerles comprender desde
pequeños que hay muchas formas de alcanzar la felicidad en esta tierra, con y
sin creencias religiosas. Todo lo demás nos lleva a la búsqueda de los
sucedáneos y al vacío.
Hay que cambiar el botellón por los
centros culturales, en los que sí merece la pena invertir, con educadores y
animadores que estimulen la creatividad, que encaucen a los niños y niñas en el
mundo de los valores, ayudándoles a encontrar su camino. Lo contrario será
incidir en la represión, en la rebeldía y en el desánimo. Es duro imaginar lo
que va a ser de gran parte de nuestra juventud, acaso simple y puramente “carne
de cañón”.
Juan Bravo Castillo. Lunes,
16 de enero de 2017
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