GOLPE BAJO A EUROPA
La noche más corta del año –la noche
de San Juan– fue posiblemente la más larga para los ciudadanos de la Unión
Europea; una noche de cristales rotos y de cuchillos largos; una noche en que
el 52% de los ciudadanos británicos en edad de votar optó por defenestrar a la
vieja Europa con una turbia maniobra que recordará la Historia.
Europa, en efecto, y con ella el
mundo, se despertó el día de San Juan con la noticia de que el Reino Unido de Gran
Bretaña –aunque más exactamente habría que decir Inglaterra y Gales– optaba por
“to leave” la Unión Europea de la que, mal que bien, había formado parte desde hace
cuarenta años después de que el continente desoyera los prudentes consejos del
general De Gaulle, gran conocedor de este pueblo, que avisó: “Abrid la puerta a
los británicos y ellos nos volarán la casa”.
Fue una sorpresa tanto más
desagradable cuanto que los europeos se fueron a la cama la noche anterior
confiados en que, aunque por poco, un punto o dos, Europa obtendría una pírrica
victoria al “brexit”. Pero está claro que, a menudo, las encuestas las carga el
diablo y “hasta segar todo es hierba”. Y he aquí que ya tenemos a los de
siempre ocupando el puesto de los de siempre: o sea, a Gran Bretaña convertida
en portaviones entre Europa y una América sin duda satisfecha, por mucho que
diga.
El error, por parte del premier
británico, David Cameron, ha sido monumental, y es de absoluta lógica que haya
anunciado su próxima retirada, abriendo así las puertas al ex alcalde de
Londres, Boris Johnson, que ha jugado un extraño doble juego del que sin duda
se arrepentirá, si no lo ha hecho ya, al igual que el líder del euroescéptico
YKIP, el impoluto Nigel Farage, que tuvo su día de gloria.
La herida ha sido profunda, buena
prueba de ello la tenemos en el espectacular hundimiento de las bolsas y de la
libra esterlina, y en el tremendo disgusto de los dirigentes europeos de los
restantes miembros de la Unión, que ven como algo inminente el muy posible
efecto dominó en países como Francia, Países Bajos, Suecia, Dinamarca y en casi
todos los países del Este.
La cosa, por lo demás, se veía venir
desde el momento en que Alemania y la canciller Merkel se convirtieron en
gestores casi exclusivos de Europa, haciendo objetivo exclusivo de la Comunidad
la Europa de los mercados frente a la vieja idea de la Europa de los
principios, política que culminó con los terribles ajustes a los países del Sur
y la vergonzante actitud con los desplazados sirios e irakíes.
Ahora bien, por graves que sean los
errores de Bruselas y Berlín, en nada justifica la actitud del Reino Unido
–definitivamente roto–, olvidando que, más allá del componente económico y
mercantil, la idea de una Europa unidad era el camino, el único, para combatir
la feroz lacra de los nacionalismos que originaron la más terrible
tragedia imaginable en el mundo, como
fueron las dos guerras mundiales. Dar pábulo a la xenofobia de amplias capas de
la población, como se ha hecho, en vez de combatirla, es un error inmenso por
parte del ingenuo e irresponsable Cameron, que, como el villano de Shakespeare,
ha abierto la caja de Pandora a los populismos de toda índole.
Sólo un giro radical de Alemania
podría enderezar el rumbo de este navío, presa de sus propias contradicciones y
de su miopía. No todo en la vida son mercados y euros. Europa ha de recobrar
sus señas de identidad; de lo contrario, una vez más, a sus puertas aguardan
los bárbaros dispuestos a repetir la Historia.
Juan Bravo
Castillo. Lunes, 27 de junio de 2016
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