DOS LÍDERES EN PELIGRO DE EXTINCIÓN




            Lo ha dicho claramente Rivera, que no está dispuesto, no, a apoyar a Rajoy, a quien culpa de tibieza ante los múltiples escándalos de su partido. Pudiera, pues, darse la paradoja de que siendo el suyo, el PP, el partido más votado y con mayor número de escaños, su victoria quedara totalmente empañada al tener que plegarse a la imposición  del líder de Ciudadanos, en un posible pacto con miras a obtener, si no mayoría absoluta, sí al menos muy próxima a ella.
            Rivera de ese modo podría conseguir lo que ni tan siquiera, probablemente, toda la izquierda coaligada: desbancar a Rajoy, ese mismo que acusaba en el “debate a cuatro” a sus adversarios políticos de no comparecer con las lecciones aprendidas, cosa que, por supuesto, él sí había hecho. No sería, pues, de extrañar que, en el  sanctasanctórum de la derecha española se ande maquinando, a estas alturas, para ver cuál podría ser el perfil de ese sustituto(a) que, con el placet de Rivera y asumiendo las demás imposiciones de ciudadanos, pudiera formar gobierno. Ahí es nada. Sería como enterrar a la vieja guardia para poner a alguien sin tacha en la Moncloa. Dar nombres sería aventurado, pero lo que sí está claro es que Rajoy, que no es precisamente tonto, hace tiempo que se ha dado cuenta del órdago de Rivera; de ahí que ande tan resabiado, áspero y con ese aire más bien triste y desilusionado. Saldría de la política igual que entró: por pura imposición.
            Otro líder que se me asemeja en peligro, hoy más que nunca tras su pobre papel en el citado “debate a cuatro”, donde una vez más demostró su escaso poder de seducción y, sobre todo, su falta de ideas y pobreza de argumentos, es Pedro Sánchez, que será recordado como el que pudo ser presidente de España en 2016 y se quedó en nada. Es más que posible, en efecto, que a estas horas los barones socialistas con poder le estén preparando su pase a la reserva. Tal es la crueldad de la política, y más cuando uno se lo juego al todo o la nada.
            Sánchez se daría por satisfecho manteniendo los 90 escaños que obtuvo en diciembre y esa ansiado segundo puesto como jefe de la oposición; pero es evidente que día a día le roba la cartera el avieso Iglesias, que en el debate de marras asumió su papel de cordero perfectamente aprendido: “No, Pedro, no”, le susurraba amicalmente, “el enemigo no soy yo”. Un Iglesias dispuesto a arrastrarse para hacer lo que el zorro con el cuervo. Ahora que se ve en posición privilegiada –puesto que da por hecho el sorpasso –, le pide colaboración. Tiene bemoles. El problema es que a Iglesias y a los suyos se les ve la patita, y es evidente que Sánchez en modo alguno aceptará unirse a un grupo que acabará engulléndolo.
            Esto, a falta de confirmación oficial, está más claro que el agua, por más que pudiera repetirse la situación de impasse, con el ridículo que supondría verse abocado el país a unas terceras elecciones. No es extraño que Susana Díaz ande ya impaciente esperando su oportunidad. Pero parece lógico pensar que la política del quítate tú para que me ponga yo no conduce a nada en un PSOE caduco que necesita de un acto de refundación, buscando, además, a líderes de verdad, tipo Ángel Gabilondo –hombre sereno y con la cabeza bien amueblada–, capaces de dar un cambio radical a un partido que zozobra inexorablemente desde que Zapatero –el amigo de Iglesias– se negó a presentar su dimisión aquel célebre 10 de mayo de 2010 en que le obligaron a perder su identidad. La apuesta queda en el aire.

                 Juan Bravo Castillo. Lunes 20 de junio de 2016.   









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