SESENTA Y SIETE DÍAS DE IMPOTENCIA


            Sesenta y siente días sin gobierno y lo que te rondaré… De seguir a este paso, cabe la posibilidad de que el pueblo se dé cuenta de la maldita falta que hacen la clase política y los gobiernos para el funcionamiento de un país. Pero, dejando a un lado la chirigota, tomada desde luego en su justa medida, creo sinceramente que algo muy grave ha de estar ocurriendo para que, tras 67 días, estemos, no ya donde estábamos, sino incluso mucho peor, por más que el pacto entre Socialistas y Ciudadanos, perfectamente escenificado, haya abierto unas expectativas que Populares y Podemos se han apresurado a cercenar.
            Algo grave ocurre, desde luego, en la política española tras la ruptura del bipartidismo de antaño, algo grave de lo que ya tiene constancia Bruselas, y es que, acostumbrados al juego político –en lo que más turbio entraña el término–, aquí, quien más quien menos actúa en clave electoral, preocupado exclusivamente por sus intereses, y no está dispuesto a moverse un palmo, excepción hecha de Sánchez y Rivera, salvo que, en el último minuto, acuciados por lo que sea, se lleve a cabo un acuerdo global.
            Actitudes como las del PP de Rajoy, repitiendo durante 67 días el mismo discurso inmovilista –hemos ganado las elecciones, ergo tenemos que gobernar; silogismo no necesariamente verdadero–, o las de Podemos de Pablo Iglesias, disponiendo de la vida y obras de los socialistas y prestos en todo momento a dar el abrazo del oso, a lo único que llevan es a unas nuevas elecciones generales en las que, con ligeras variantes, todo se quedaría igual, e incluso donde puede que los grandes beneficiados fueran aquellos que han demostrado una verdadera voluntad de acuerdo.
            Pues bien, ya está bien de fotos, señores políticos, ya está bien de postureo –neologismo que me repele–, ya está bien de sonrisitas ante las cámaras y brindis al sol. Están acabando ustedes con la paciencia del electorado, que mucho se teme que perdamos todo un año en travesuras, en quítate tú para que me ponga yo, en vuelos de acrobacia. En resumen, nada de nada.
            Cómo no darse cuenta de que ante esta situación, que puede llegar a ser de emergencia nacional, no cabe otra solución que volver al espíritu de concordia de la transición, recrear un nuevo pacto de la Moncloa por medio de una negociación global, no bilateral, donde todos, absolutamente todos, grandes y pequeños, se avengan a CEDER lo que haya que ceder para permitir la gobernabilidad y llegar así a una fórmula de compromiso en beneficio de España.
            Todo lo que no sea esa fórmula, será seguir chapoteando en este juego de tronos traducido en espectáculo bochornoso, para regocijo de los independentistas de todo signo que ven cómo somos incapaces de salirnos un ápice de nuestro estudiado guión.
Falta, qué duda cabe, un Suárez, alguien dispuesto a inmolarse en pro de la gobernanza de España, y sobran, desde luego, personajes pagados de sí mismos, intransigentes, que creen haber inventado la política.
Y es que, de seguir así las cosas, acabarán convirtiendo la política –que es el arte de resolver los problemas de la gente– en un juego de impotencias. Son muchos los que pensamos que, pese a los años y tragedias, este pueblo apenas ha aprendido, y seguimos como siempre: o sea, de Sagasta a Cánovas y de Cánovas a Sagasta.

                             Juan Bravo Castillo. Lunes, 29 de febrero de 2016.

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