ESCALADA VERBAL





            Si yo fuera Rajoy me cuidaría muy bien de medir mi lenguaje o el de mis allegados –véanse los casos de Rafael Hernando, de Casado, o incluso del propio ministro Fernández Díaz– en lo referente a la cuestión catalana. Cada vez que abren la boca, aumenta de forma alarmante el número de independentistas. Oponer pura y simplemente la ley y hasta amagar con la posible aplicación del artículo 155 de la Constitución y la consiguiente suspensión de dicha autonomía, significa el tan temido choque de trenes. Es simplemente caer en su juego victimista y provocador.
        Pensemos que el plan del astuto Junqueras, alma mater de esta conjura catalanista, es precisamente ése: provocar; dejar, o más bien propiciar, que el Gobierno siga metiendo miedo para de ese modo ir recobrando los votos que, a lo largo de estos últimos meses de recuperación económica, los independentistas han ido perdiendo. Se trata, para ellos, de caldear el ambiente, con palabras o con gestos –como el de la alcaldesa Colau (éramos pocos y…)–, para de ese modo granjearse adhesiones a su locura independentista.
        Poca, muy poca inteligencia, en efecto, está mostrando el Gobierno de Rajoy con sus declaraciones desabridas, carentes de sutileza, de cintura. Si se ha de actuar contundentemente, hágase, pero, mientras tanto, exhíbanse argumentos lógicos, cabales, dirigidos ante todo a esos catalanes que se debaten entre el sí y el no, en vez de seguir porfiando en un modo terco y prepotente de actuación que ha hecho que, en menos de seis años, los independentistas hayan pasado del 25 al 43%.
            La escalada verbal a la que estamos asistiendo y en la que incluso ha entrado, de una forma bastante desafortunada e indiscreta Miguel Ángel Revilla, no sé adónde nos puede llevar, pero sin duda a nada bueno. Frente a la descalificación, que tanto nos pide el cuerpo, se imponen la inteligencia y la astucia a la manera de Talleyrand o de Churchill, del “sí, pero”, con tesis mucho más efectivas, ahondando en lo que puede suponer para los catalanes su salida de Europa, la puesta en franca ilegalidad de sus instituciones, el callejón sin salida al que la locura secesionista puede llevar. Insisto, el receptor exclusivo del discurso moderado gubernamental ha de ser el catalán medio, ése que aún no ha perdido la cabeza ni se ha dejado arrastrar por completo a las tesis secesionistas, el catalán al que aún no han lavado el cerebro con tópicos antiespañoles, ese que aún piensa por sí mismo, que calcula y rechaza la confrontación ya casi inevitable.
        Es posible que Artur Mas, extraviado ya en su locura secesionista –véanse su semblante extraviado y sus peculiares ademanes–, termine precipitándose al vacío, pero de lo que no cabe la menor duda es que ha hecho sus cuentas y sabe muy bien que la actitud de Rajoy, con su tozudez y su prepotencia, puede hacerle recuperar el terreno perdido. Ya se sabe aquello de pescar a río revuelto.
          El choque de trenes parece inminente para disgusto de los que aún creemos en la política con mayúsculas. Lo que vemos es pura y simplemente el eterno retorno de la España de la intolerancia, de la fuerza bruta, del enfrentamiento, justo cuando más preciso se hacen el diálogo y la búsqueda de una solución que permita proseguir una convivencia de siglos. Una vez más el espectáculo parece estar servido.

                                 Juan Bravo Castillo. Lunes, 27 de julio de 2015

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