QUEBRAR ALBORES
Durante siglos el Quijote –de cuya segunda parte
celebramos este año el cuarto centenario–
ha hecho correr auténticos ríos de tinta, sin contar el número infinito de
influencias, más o menos claras, más o menos veladas, en innumerables
escritores y obras a lo largo de cuatrocientos años. De simple novela cómica y
epopeya burlesca, el libro, a raíz de determinadas lecturas menos superficiales, empezó a ser considerado un auténtico vivero
ideológico, susceptible de múltiples enfoques.
Hasta tal punto estamos ante la
novela matriz de la literatura moderna, que hace algún tiempo el prestigioso
crítico norteamericano Lionel Trilling mantenía la tesis de que toda obra de
ficción en prosa es, en gran medida, una variante del tema de Don Quijote.
Tesis que no hacía sino dar más lustre a lo afirmado ya por Milan Kundera, en
1986, cuando escribía que el novelista no tiene que rendir cuentas a nadie,
excepción hecha de Cervantes. Fueran o no
conscientes de ello, ambos no hacían más que corroborar aquello a lo
que, ya en 1939, Borges había dado forma de manifiesto subrayando que toda
historia de la literatura reescribe sin fin ese texto fundador que es el Quijote, promovido a rango de mito
original de la novela moderna, como lo demuestra fehacientemente en su célebre
relato “Pierre Menard, autor del Quijote”.
Moverse en medio de este laberíntico
caudal de lecturas e interpretaciones no es ciertamente fácil, pero ello no es
óbice para que, año tras año, y especialmente en vísperas de coyunturas
históricas como la que celebramos, encontremos por doquier obras que ahondan un
poco más en el controvertido mensaje cervantino, esclareciendo sus cuantiosas
claves. Tal es el caso del importante libro de Graciano Armero Berlanga, Quebrar albores, presentado en Albacete
hace un par de semanas, y con el que el autor, otro de esos Quijotes que
abundan en nuestra tierra, hace una interpretación desbordante de rigor,
originalidad y profundamente esclarecedora de la segunda parte del Quijote.
Este libro, que hoy viene a sumarse con todos
los honores al copioso elenco de estudios cervantinos, parte de un compromiso
íntimo del autor consigo mismo desde el instante en que, en plena adolescencia,
su maestro Julio Escobar, una de esas mañanas gélidas del invierno manchego, y
en una de esas escuelas de uno de esos pueblos que también pugnaron por ser
patria de Don Quijote, con voz tibia, empezó a leer a sus alumnos la aventura
de los galeotes, cautivándolos con la magia de sus palabras.
Obra de hondo calado, Quebrar albores es uno de esos libros
gestados a lo largo del tiempo y de sucesivas lecturas a lo largo de una vida,
en el que Armero analiza aspectos novedosos del Qujote, desde el mundo anclado en el organicismo que el hidalgo,
con su “locura”, trató de eludir, pasando por la denuncia soterrada que hace
Cervantes de las máximas instituciones estatales, empezando por la eclesiástica
y terminando por la monarquía, sin olvidarse, claro está, de esa aristocracia
ociosa y vacía que da pábulo a la locura de Don Quijote y su escudero para así
entretener su holganza.
Abunda asimismo Armero en otros
aspectos clave de la obra cervantina, desde su original modo de novelar a
cuanto de biografía encubierta hay en el Quijote,
pasando por el juego de perspectivas de que Cervantes se sirve en esta novela y
otros aspectos no menos sugestivos. En resumen, una obra altamente recomendable
y destinada a figurar entre los más relevantes ensayos cervantinos.
Juan Bravo
Castillo. Lunes, 27 de abril de 2015
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