OTRO JUGUETE ROTO


           

            ¿Hasta cuándo vamos a tener que aguantar este desfile de bellaquería en España? Lo de Rodrigo Rato, dejando a un lado la teatralidad con que se ha actuado, no es sino otra gota más que colma el vaso de la paciencia de la ciudadanía española, harta ya de estar harta de la descomposición de los padres de la patria, que van cayendo uno tras otro como fichas de dominó, de tal manera que, como ocurre cuando alguien próximo fallece, sólo cabe preguntarse quién será el próximo y cuándo.
            Lo vivido estos días con el que fuera uno de los grandes gerifaltes de la derecha española antes de que el olor del dinero hiciera de él un alfeñique, tiene mucho de shakesperiano, aunque teñido, como casi siempre ha ocurrido en nuestra historia, de esperpento. Un hombre que, como Undargarín, lo tiene todo a su alcance, dinero, poder, prestigio, y, de la noche a la mañana, como Macbeth, dejándose vencer por la tentación de la avidez y la voracidad, tira el carro por el despeñadero, y cae, cual vulgar ratero, en el pozo de la deshonra y el delito. Él, precisamente, que durante años había sido el garante de la economía y la hacienda española, el encargado de dar ejemplo a toda la ciudadanía, el pastor, puesto por su jefe supremo, para guardar el rebaño; él, que se arrogó la autoría de lo que la corte de aduladores dio en llamar “el milagro español”; él, que incluso estuvo en un tris de ser nombrado por Aznar sucesor suyo en puesto de Rajoy.
            Cuando ocurren catástrofes humanas de esta naturaleza, no tenemos más remedio que hacernos una serie de preguntas sobre ese gran misterio de la codicia, que, cuando se apodera de un hombre, hace de él un ser descontrolado y ciego, capaz de lo peor. Aunque qué duda cabe que, después de lo que supimos acerca del uso indiscriminado que hacía Rato de las tarjetas black, poco nos puede extrañar lo sucedido.
            Una vez más, como ocurrió con Urdangarín, con Ruiz Mateos, con Jaume Matas, con Bárcenas, con Blesa, con Granados, etc., Rato, seguramente, se agarrará al habitual “soy inocente”, al “esto nada tiene que ver conmigo”, al “el mundo está contra mí”, negando, negando y negando, y, mientras tanto, aferrándose íntimamente al recurso del dinero como tabla de salvación. Es la triste historia de siempre: aguantar, confiar en la abogacía y en las influencias, y pasada la tormenta, vivir una vejez cómoda con los restos del naufragio.
            El problema, con todo, es la pérdida de la fe del pueblo en sus dirigentes viendo cómo sus grandes élites, sus modelos, se hunden estrepitosamente en el cieno de su propia avaricia, en tanto que millones de seres sobreviven prácticamente con lo puesto sin apenas moral ni esperanza, hastiados con esta atmósfera generalizada de descomposición.
            Y, por supuesto, el hundimiento del prestigio de España, que seguramente hará que en breve, especialmente cuando salgan a la luz los otros 705 nombres de políticos y empresarios defraudadores que figuran junto al de Rato, este país se convierta en pasto de la mofa internacional, que, escandalizada, no dudará en colocarnos definitivamente en el entorno de las repúblicas bananeras más abyectas del planeta. Y es que han fallado tantas cosas en tan poco tiempo en este país, que harán falta innumerables sacrificios para sacarlo a flote. Esperemos que éstos al menos empiecen a restituir.

                                      Juan Bravo Castillo. Lunes, 20 de abril de 2015

Comentarios

Entradas populares de este blog

LA BRECHA SOCIAL

DIEZ AÑOS SIN BERNARDO GOIG

DESIGUALDADES Y POBREZA