LA BARBARIE QUE NO CESA



            El yihadismo prosigue su guerra sembrando el terror con su indiscriminado uso de los atentados que, como bien sabemos, pueden producirse en cualquier momento y en cualquier lugar. Lo ocurrido esta pasada semana en la capital de Túnez con el ataque por parte de dos fanáticos al Parlamento y el consiguiente asalto al Museo del Bardo donde la emprendieron a tiros con los grupos de turistas, produciendo una veintena de muertos, dos de ellos españoles, no es sino un paso más en el imparable rosario de atentados.
            Nunca el terrorismo había llegado tan lejos en su eficacia asesina. Ya no hay nación del mundo que pueda sentirse exenta del peligro inminente. El problema es que, en el caso de Túnez, el objetivo estaba perfectamente fijado de antemano: se trataba, como es notorio, de asestar un duro golpe al único país del norte de África en que la Primavera Árabe dio sus frutos, permitiendo la instauración de una incipiente democracia. Asestando el golpe, los dos fanáticos yihadistas, por un lado conseguían desestabilizar un régimen estable, y, por otro, actuando contra los turistas extranjeros, atentaban, y de qué modo, contra la frágil economía del país, basada esencialmente en ese sector. Y, de paso, sembraban el caos, en un intento de hacer de Túnez otra Libia.
            Un estremecimiento de horror, uno más, ha recorrido el mundo, donde todos somos conscientes de que mañana, pasado, la semana que viene o la otra, allí, aquí o donde sea, un par de fanáticos sin miedo a caer abatidos por las balas de la policía, van a perpetrar otro ataque indiscriminado. Nunca, insisto, como ahora había adquirido el terrorismo semejante pujanza y tal complejidad. Es una guerra en la que de nada sirven los tanques o aviones, salvo que se trate, como bien se hace notorio cada día más, de emprender una cruzada, guerra de exterminio o como quiera que se pueda llamar, cosa cada día que pasa más compleja habida cuenta de la proliferación del fanatismo, como metástasis incontrolables lanzadas desde el Estado Islámico.
            Los gobiernos, impotentes y bastante desconcertados, sienten que sólo reforzando al máximo la vigilancia de los centros estratégicos y encomendándose a Dios pueden combatir esta plaga, pero quien más quien menos sabe que en cualquier momento puede producirse la tragedia. Tragedia que en España puede desencadenar terribles efectos, visto lo visto en Túnez. Y es que, si por un lado el sector turístico, base de nuestra economía, no puede ocultar hoy por hoy su satisfacción al ver el aluvión de turistas que va a abarrotar nuestros hoteles y campings este próximo verano en vista de la absoluta inseguridad imperante en el Norte de África, por otro lado, eso mismo pudiera muy bien trocarlo en blanco predilecto de estos bárbaros obsesionados con Al Andalus.
            Ante esta expansión de la intranquilidad y el desasosiego sólo cabe confiar en nuestras fuerzas de seguridad, cuya eficacia ha quedado demostrada en múltiples ocasiones, y, por supuesto en dotarlas cada vez de mayores efectivos de toda índole, y colaborar con ellas al máximo. No hay otra solución. Hasta ese punto los flagrantes  errores de la política exterior anglonorteamericana han despertado a la bestia dormida que subyace en el corazón del Islam como un doctor Hyde presto a imponer su ley a golpe de metralla.

                                         Juan Bravo Castillo. Lunes, 23 de marzo de 2015

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