¿DE QUÉ DEBATE HABLAMOS?


        Ayer mismo preguntaba a mis alumnos universitarios acerca del Debate sobre el Estado de la Nación. No exagero un ápice si digo que ninguno de ellos sabía de qué demonios estaba hablando. Intenté ahondar en el tema, en la supuesta importancia del asunto, con escasísimos resultados. La política, tal y como ha acabado planteándose en España, ha dejado de interesar a la inmensa mayoría de la juventud, decepcionada hasta límites insospechados por lo que para ellos no pasan de ser “vendedores de humo”.
    “¿En qué país vive usted, señor Rajoy?”, preguntó en un momento determinado el incombustible Pérez Rubalcaba, ante el panorama autocomplaciente que con anterioridad había pintado el presidente de Gobierno. Aquello parecía el inicio de un debate real, con los pies en el suelo. Pero la cosa fue fugaz. Fue simplemente un atisbo. Casi nada. Y así siguieron, como en Hamlet, el desfile de palabras, palabras y palabras, que es en lo que han degenerado hoy día los debates del Estado de la Nación. Discursitos preparados por los subsecretarios, que el líder puntualmente lee ante la complacencia de los suyos y la indiferencia de los de la bancada de enfrente, en tanto que un centenar de periodistas bostezan hastiados de tanto lugar común, de tanta frase hecha, de tanto ver cómo se repiten conceptos que no nos llevan a ninguna parte.
        El lema del partido en el poder no dejaba lugar a dudas: triunfalismo, moderado, claro, pero triunfalismo: “Ya no caminamos hacia la ruina”, “Hemos salido del infierno”, “Nos podemos considerar satisfechos”, “Empezamos a ser el espejo que dejamos de ser por culpa de Zapatero”. “Dentro de nada, vamos a empezar a generar empleo”, etc. Todo eso adobado con unas cuantas medidas preelectoralistas: “Tarifa plana de 100 euros de Seguridad Social para nuevos contratos laborales fijos”, “Exención de impuestos sobre la Renta para los trabajadores que ganen menos de 12.000 euros al año”, y poco más.
      Luego, unas cuantas puyas y unos cuantos pases de pecho a Rubalcaba, predicando en el desierto, como todos los líderes de la oposición que por el Parlamento han pasado, en un intento desesperado de reivindicarse de cara a una posible permanencia al frente de los socialistas; y después, el vacío más absoluto a las minorías, con las bancadas semidesiertas de turiferarios, como si lo que ellos dijeran no contara. Vamos, lo de siempre: palabrería inútil, vacua, previsible, ajena a cualquier modalidad de diálogo constructivo, y dejando de lado los temas que más acucian a la ciudadanía: el aborto, el final de ETA, y, sobre todo, la Educación y la Sanidad, que en dos años se han deteriorado hasta límites inconcebibles.
       Un diálogo de sordos con nombre pomposo y con una audiencia irrisoria pese a ser televisado a bombo y platillo. Y después, a esperar la sandez de ver quién ha sido el ganador del mismo, ganador que necesariamente se presupone en boca de quien va a emitir el veredicto.
      ¿Cómo es posible que no se den cuenta de la oportunidad que pierden cada año de abordar el gran problema del enorme desprestigio de la política y de los políticos en España? Se diría que para ellos este asunto va de soi, como decía Felipe González, que se han acostumbrado a vivir instalados en la aurea mediocritas, ajenos por completo, como estudiantes del pelotón de los torpes, a sacar no más de tres en sus calificaciones. Como decía aquel personaje de Kafka, es para desesperar. ¿En qué país viven ustedes, señores políticos? Debates como el vivido esta semana aburren a las cabras y, por no tener, no tienen un pase. Espabilen, o lo pagaremos todos.


              Juan Bravo Castillo. Domingo, 2 de marzo de 2014  

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