LAS DESIGUALDADES TOCAN TECHO
Recién iniciado el Foro Económico
Mundial en la ciudad suiza de Davos bajo el lema Gobernar para las élites. Secuestro democrático y desigualdad económica,
el pesimismo lo invade todo al hacerse ya plenamente notorio el fracaso de los
Estados y de las fuerzas reguladoras del Planeta con miras a crear un mundo más
justo, menos cruel y encanallado. Hoy más que nunca se hace evidente que,
hundido el comunismo, como mecanismo de contrapeso, la tiranía del capital
impera ya sin trabas, generando una estructura piramidal que, disfrazada del
honorable título de neoliberalismo, permite que, cada vez más, unos pocos
poquísimos controlen la inmensa mayoría de la riqueza mundial, provocando una
situación explosiva en muchos puntos del Planeta, véase, si no, lo que a diario
ocurre en la valla de Melilla.
Decir que 85 ricos suman tanto
dinero como 3570 millones de pobres, como denuncia el informe Interpón Oxfam, o
sea, que un individuo posee lo que 42 millones de pobres, deja por los suelos
episodios tan sangrantes como el de los siervos de la gleba, en la Rusia
zarista del XIX, donde al menos los grandes latifundistas tenían que dar de comer
como a ganado a sus siervos para que no se les muriesen. Una auténtica
calamidad. El capital, como la bosta en las charcas, tiende a concentrarse y a
erigirse en dueño y señor del mundo, comprando voluntades, insaciable e
inexorable, poniendo peones, o sea gobernantes, para que den la cara por esas
élites ocultas, cada vez más presas de la codicia y cada vez más ciegas, ajenas
al hecho de que también ellos van a morir y a la catástrofe que su ceguera está
ocasionando en un mundo donde el cristianismo hace tiempo que fracasó en lo
concerniente a generar justicia social e igualdad.
Esa situación aberrante, por lo que
se refiere a España, nada tiene que envidiarle. Según dicho informe, 20
personas, que más o menos sabemos quiénes son, acumulan una riqueza equivalente
al del 20% de los más pobres, o sea, 77.000 millones de euros. Somos, para
orgullo de nuestros gobernantes democráticos, el segundo país con más
desigualdades de Europa: sólo nos gana Letonia. Y somos asimismo el país en el que la brecha entre ricos y pobres más ha
crecido con la crisis económica, que, como ya era notorio, ha servido a los
desaprensivos de siempre para engordar sin miramientos, haciendo que el decalage entre los que más tienen y los
que no tienen nada adquiera dimensiones indignas de un país civilizado,
sometido a un control fiscal, donde el gran capital, con su ingeniería
financiera y la aquiescencia del Estado, se las arregla para pagar lo mínimo al
fisco, dejando que sea la clase media y un poco la baja las encargadas de sostener
la cada vez más insostenible nave del Estado, con su inaudita voracidad, que,
a su vez, y si Dios no lo impide, va a
acabar con la clase media, esa misma que viene dando estabilidad al país desde
los tiempos de la Dictadura franquista.
Y
es que, lo más trágico para el país no es ya sólo que un cogollito de
aprovechados campen por sus respetos sin tan siquiera mancharse las manos –para
eso tienen a la clase política–, sino que la situación, para vergüenza de
nuestros gobernantes –y a la cabeza el señor Montoro–, haya degenerado hasta el
punto de adquirir dimensiones tercermundistas con una miseria galopante que
hace que, por ejemplo, uno de cada seis niños en España viva literalmente en
condiciones de pobreza, en tanto que los capitales huyen en desbandada hacia
los paraísos fiscales, a los que ningún gobernante es capaz de poner coto. La vergüenza está servida.
Juan
Bravo Castillo. Domingo, 26 de enero de 2014
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