BARRÈS, EL GRECO Y TOLEDO


            Mi objetivo con este artículo es subrayar algo que a menudo se olvida en nuestro país, tan dado él al papanatismo y a la exaltación de genios que durante siglos permanecieron sumidos en el semianonimato, como es, cuando hablamos del Greco, el papel trascendental de Maurice Barrès a este respecto en su hermoso libro, para muchos olvidado, de El Greco o el secreto de Toledo, con el que el francés, a diferencia de los demás románticos viajeros, ponía de moda la visión estético-contemplativa y de búsqueda de la identidad esencial de España.
            De los tres viajes que hizo Barrès a Toledo, en 1892, 1902 y 1911, fue en el segundo cuando –probablemente iniciado por el célebre conde Robert de Montesquiou, poeta y esteta refinado, árbitro de la elegancia en los salones fin de siglo, amigo de Proust y modelo inspirador en a la Búsqueda del tiempo perdido– se despertó su entusiasmo por la pintura mítico-visionaria del Greco. Cuentan a este respecto que se pasaba los días caminando de acá para allá por las tortuosas calles de la ciudad acompañado por el poeta toledano Aurelio de Beruete, con el fin de poder contemplar con detenimiento un buen número de cuadros del pintor cretense que se encontraban por aquel entonces dispersos y casi olvidados en diversas iglesias y conventos, dado que, por aquellos años, la pintura del maestro sólo era apreciada por un reducido número de críticos e intelectuales.
            Poco a poco, Barrès se fue impregnando del espíritu del artista cretense, íntimamente vinculado para él con el alma de aquella ciudad decadente y aletargada, pero que, con todo, invitaba a la contemplación y al ensueño. Antes de dar a la luz su hermoso e imprescindible libro en 1912, aún haría, como decíamos, otra visita a la ciudad imperial, fundamental éste, en 1911, visita que le ayudó a comprender mejor el mensaje que encierran las pinturas del artista cretense, antes de que éstas le permitieran calar en su contenido simbólico. Toledo y el Greco se erigieron en el imaginario de Barrès en una invitación para descubrir, más allá de las apariencias externas, un sentido de totalidad esencial. A través del simbolismo patente de Toledo y del sentido místico de los cuadros del Greco, Barrès descubrió íntimas y profundas correspondencias con dimensiones esenciales de la vida.
            El Greco o el secreto de Toledo es, en realidad, una amplia exploración de correspondencias entre dimensiones históricas, artísticas y espirituales que se contraponen y se complementan al mismo tiempo. La tesis fundamental de Barrès es que en dicha ciudad, por una especie de milagro de la Historia, se produjo una especie de metamorfosis de razas, de culturas, de religiones, de actitudes vitales y espirituales, que cristalizaron, según él, en una entidad asimiladora y transformadora de polos diversos y opuestos. Esa entidad, que constituye el alma esencial de la ciudad y su valor ejemplar, quedó identificada con el ideal ascético y místico del catolicismo español, que llegó a florecer entre aquellos clérigos y artistas de Toledo a los que el Greco confirió una dimensión supratemporal, plasmando su espiritualidad en el universo expresivo tan peculiar de sus cuadros. Toledo, ciudad donde pervive el dinamismo vital y sensual del Oriente, asimilado y transformado por el misticismo ascético del catolicismo castellano, fascinó pronto a un espíritu místico y oriental como el del Greco. Al mismo tiempo, el cretense, a través del poder iluminador y del dinamismo expresivo de su pintura, contribuyó de forma extraordinaria a revelar en profundidad el secreto del alma esencial de Toledo.

                    Juan Bravo Castillo, domingo, 19 de enero de 2014
             



            

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