¿GENERACIÓN PERDIDA O GENERACIÓN VENCIDA?
Los datos aportados por el primer
Estudio del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud son algo más que
preocupantes, ya que demuestran que esa juventud a la que, como padres y como
docentes, hemos dedicado la mayor parte de nuestra vida, de “generación
perdida” –nombre con que en muchos ámbitos es ya conocida, a semejanza de la
célebre lost generation– empieza a
dar síntomas de ser una “generación vencida”, ¿o acaso sería más correcto
decir, generación estafada”?
La resistencia tiene un tope, lo
mismo que el ámbito de la esperanza, y ese tope hace tiempo que gran parte de
nuestra juventud lo alcanzó. Formados durante casi veinte años, acumulando
carreras, especialidades, másteres y demás cursos de perfeccionamiento,
incluidos los tan necesarios idiomas, más de las tres cuartas partes de
nuestros jóvenes se declaran vencidos, claudicando ante un sistema canallesco
que, como Moisés ante la Tierra Prometida, un día les dijo “esto es lo que te
daré si estudias y te formas”, “un porvenir halagüeño y sin par, preñado de
posibilidades”. Y ellos se lo creyeron, pero he aquí que, a la hora de la
verdad, cuando ya estaban dispuestos a dar los primeros pasos en pos de su
porvenir de hombres, de repente se dieron cuenta de que empezaban a convertirse
en estatuas de sal. Lucharon y lucharon
hasta acabar probando el amargo pan de la frustración, siempre como el perrillo
atraído por la salchicha que nunca pueden morder.
Lo han probado todo. Muchos de ellos
han emigrado a otros países donde intentan salir a flote incluso con la ayuda
de sus familias, como si siguieran siendo estudiantes erasmus. De los que
quedan, es tal el grado de desesperanza, que, según el citado Estudio, más del
80% declara estar dispuestos a hacer cualquier cosa por el salario que sea;
toda una claudicación movida por la necesidad perentoria de sentirse útiles
ante sus familias, ante sus padres, ante la sociedad. Lo que significa no sólo
tener que recurrir a trabajar de taxistas, de vigilantes nocturnos o incluso de
obreros, olvidándose de sus títulos universitarios y másteres, sino también aceptar sueldos de hambre,
incluso por debajo del salario medio interprofesional, los tristemente célebres
minijobs.
Asistimos, como vemos, a una quiebra
del sistema en toda la regla, en la que como en Le radeau de la Méduse de Géricault cada cual trata de aferrarse desesperadamente al madero para no
ser pasto de los tiburones, porque allí, al menos se sobrevive. Y es que lo
peor ya no es eso; lo peor es el olvido del que se sienten víctimas. Durante
cinco años han visto cómo se hablaba de la prima de riesgo, de los brotes
verdes, de las soluciones que estaban a punto de llegar, como ocurriera en las
dos célebres cumbres en las que se acordó repartir seis mil millones entre los
países con más paro juvenil de los que a España correspondería en torno a mil
quinientos. Pero, una vez más, se ha visto la gran mentira de los que nos gobiernan
desde Berlín-Bruselas y desde Madrid en cuanto la cosa no va con la gran banca.
“Húndase Roma en el Tíber, mi reino está aquí”, decía Marco Antonio, dichoso
junto a la bella Cleopatra. Y eso mismo dicen los gerifaltes europeos,
partidarios del “Vaya yo caliente y ríase la gente”.
La paciencia de nuestra juventud
sometida a una dócil esclavitud no tiene parangón. ¿Por qué levantarían las
tiendas de la Puerta del Sol? Por allí andaba la solución. Si algo han
aprendido los que participaron en aquel movimiento reivindicativo es, sin duda,
a no confiar de las promesas de los políticos
y a aguantar hasta el final haciendo suyo el dicho de Cela de que “el
que resiste y sólo el que resiste gana”.
Juan Bravo Castillo. Domingo, 12 de enero de 2014
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