LA LOCURA DEL BALOMPIÉ

  
            Que España es un país diferente no es decir nada nuevo. Los noventa y tantos millones gastados por el Real Madrid en el fichaje del galés Garrett Bale han sido, como bien se sabe, la comidilla estos últimos días, y no sólo en nuestro país. Son muchos los que opinan que hemos perdido la cabeza. Y así es. Hace tiempo que ocurrió. Más o menos cuando Florentino Pérez entró en escena con el poderío de un jeque.
            Frente a los que opinan que este despilfarro es un auténtico escándalo en un país donde la pobreza cunde, y de qué manera; otros, los pragmáticos, opinan que si se paga tal cifra astronómica por un futbolista es porque éste la genera, cosa que también es cierta. Pero yo me atrevería a ir incluso un poco más lejos de esas dos tesis encontradas. Y es que, por encima de los criterios de orden especulativo, semejantes desembolsos son imprescindibles para mantener, no nuestro poderío futbolístico, en el sentido de tener la mejor “liga” del mundo, como a menudo se oye decir, sino para mantener un statu quo viciado que sobrepasa ya con mucho aquel viejo eslogan del pan y toros al que sistemáticamente recurría Franco imitando a los emperadores romanos.
            Todo huele a fútbol en una España donde este “deporte” se incrusta hasta en los menores entresijos de su discurrir cotidiano. Buena prueba de ello la tenemos en las cifras espectaculares que mueven los diarios deportivos de Madrid y Barcelona. Culpables en grado superlativo de este dislate son las cadenas de televisión, empeñadas en matar a la gallina de los huevos de oro. Con la complacencia de los poderes públicos, encantados siempre de ver cómo el pueblo vive sin pensar, dichas cadenas se han entregado a una planificación minuciosa, convirtiendo el antiguo sistema del “carrusel deportivo” de los domingos, ciertamente emocionante para los amantes del fútbol, en una insoportable retahíla de partidos televisados, empezando por el viernes y terminando el lunes por la noche, para pasar al día siguiente a la “champions” –los martes y miércoles–, y ya el jueves a la “Europa League”. Un invento diabólico, perfectamente diseñado para alienar al personal y evitar posibles conflictos callejeros.
            ¿Cómo decir entonces que Bale, Neymar, o Mesi y Cristiano Ronaldo son caros? ¿Qué sería de los bares y las cafeterías sin el fútbol? Es este “deporte”, hoy por hoy, el que mueve el país, haciendo correr ríos de cerveza, vino y gintonics, mientras plácidamente se asiste al espectáculo en locales provistos incluso de tres o cuatro pantallas para ofrecer una visión perfecta desde todos los ángulos en que se sitúe el espectador.
            Una función, como vemos, auténticamente social en tiempos de grave crisis como la que venimos padeciendo. Una organización perfecta capaz de adormecer las conciencias, sedarlas, enajenarlas, hasta hacerles olvidar, por hora y media, sus problemas cotidianos, sus angustias: mañana será otro día. Porque lo grave además, es que, tampoco hay forma de recurrir a un buen programa de radio, porque todas las emisoras, incluso las más clásicas suprimen sus programas serios para entregarse con frenesí al cántico del “gol”. Una auténtica vergüenza.
            ¿Seremos capaces de reaccionar? ¿Tendremos lo que hay que tener para comprender al menos la manipulación de que estamos siendo objeto? Los índices de lectura, entre la televisión e Internet, se desploman, y la incultura se extiende como mancha de aceite. Y pensar la forma en que se criticó a la dictadura por su modo de emplear el fútbol y los toros. Lo de aquellos tiempos no es nada comparado con lo que estamos viviendo. Aquí, como en tantas cosas, estamos tocando fondo.


                                    Juan Bravo Castillo. Domingo, 8 de septiembre de 2013  

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