DE NUEVO TAMBORES DE GUERRA
Justo el día en que los Estados
Unidos celebraban el cincuentenario del “sueño” de Martin Luther King, su
presidente Obama, Premio Nobel de la Paz –recordémoslo– se preparaba, junto con
su incondicional David Cameron, y con el apoyo de Francia y Turquía, para
“castigar” al Gobierno sirio de Bashar Asad, y todo ello sin el preceptivo
mandato de la ONU, donde Rusia y China, pendientes de sus intereses en la zona,
dicen con la boca pequeña que no.
Que la barbarie perpetrada por Siria
con armas químicas es absolutamente intolerable y prueba, como dejó dicho
Camus, que hay razones que deslegitiman a un Gobierno, del color que sea,
haciendo necesaria la intervención exterior, no es óbice para que se actúe de
manera que sea peor el remedio que la enfermedad.
Porque, una vez más, hay puntos
oscuros que conviene aclarar antes de poner en marcha una operación bélica de
imprevisibles alcances como la que los Estados Unidos, con fuertes intereses en
la zona, tratan de poner en marcha a toda prisa. Y es que, por más que el
Gobierno Obama afirme que interceptó un mensaje en el que queda de manifiesto
que el Gobierno sirio es responsable de la matanza, no se entiende que las
tropas de Asad hayan sido tan torpes como para lanzar ese órdago y arriesgarse
a correr la misma suerte que Sadam Husein y Gadafi. Y sí cabe, por el contrario,
la posibilidad de que el Ejército Libre Sirio, necesitado de internacionalizar
el conflicto, haya sido el artífice de la gran canallada. Ya se sabe aquello de
que en la guerra como en la guerra.
Como de costumbre, los Estados
Unidos, erigidos en el gran gendarme, preparan una ofensiva desde el mar a base
de misiles –en torno a 400–, lo que supone para ellos un mínimo riesgo, justo
lo contrario que al pueblo sirio, que ya ha pagado un altísimo tributo –cien
mil muertos– desde que empezó la guerra civil.
Que no aprendemos del pasado es un
hecho ineluctable, y está claro que esta forma de actuar de los “aliados” en
Kosovo, Ruanda, Irak o Libia, más que resolver las cosas, lo único que logra es
empeorarlas hasta límites insospechados.
Siria, con esa actitud desafiante
que tan familiar nos resulta, advierte que tiene “sorpresas” para defenderse,
pero, sea o no cierto, lo que nadie con dos dedos de frente puede poner en duda
es que es extremadamente difícil predecir el efecto dominó, que una vez más puede poner
en peligro grave la paz mundial: bastará que Siria, posiblemente con Irán,
ataquen Israel, para que se origine una catástrofe de efectos impredecibles.
Aunque quién sabe si, tras la jugada de Siria, lo que en realidad buscan los
norteamericanos es intervenir, junto con Gran Bretaña y el Estado de Israel, en
Irán para de ese modo acabar de una vez con el verdadero cáncer de la zona, el
régimen de los Ayatolaes.
Un auténtico polvorín, como vemos,
que demuestra el abismo que cada día se abre más entre el mundo árabe, empeñado
en vivir como el la Edad Media, y el mundo anglosajón, empeñado en mantener el statu quo salido de la Segunda Guerra
Mundial, que desde el conflicto de Corea lo lleva inexorablemente de guerra en
guerra a cada cual más sangrienta y más inútil, y todo ello sin darse cuenta de
que Rusia y China, China y Rusia, aguardan su oportunidad, unidos o por
separado, para implantar su hegemonía.
Lo cierto es que, una vez más, los
tambores de guerra han empezado a sonar como en las películas de John Ford y, una vez más, parece que estamos viendo la
misma película, con los mismos efectos. Esperar sensatez cuando la máquina
bélica está en marcha, es una quimera. Esperemos sin embargo un ápice de
cordura.
Juan Bravo
Castillo. Domingo, 1 de septiembre de 2013
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