DE NUEVO LA ESPINA GILBRALTAREÑA
La expansión de Gibraltar a lo largo de la Historia |
No sé a ciencia cierta si el nuevo
conflicto del Peñón viene o no como anillo al dedo para desviar la atención de
la ciudadanía española de los apuros del Gobierno con el affaire Bárcenas, pero de lo que no hay duda es de que este nuevo
contencioso gibraltareño “tiene miga” y pone de manifiesto, una vez más, quién
es el enemigo por antonomasia de España, pese a figurar como aliado con él en
la OTAN.
Hay algo que debe quedar claro y es
que Fabián Picardo, con sus turbios manejos, ha sabido aprovechar la delicada
situación española para intentar sacar tajada poniendo en práctica todos los
chantajes a su alcance –los ocho mil trabajadores de La Línea que trabajan en
la Roca, el turismo británico, etc.–, aunque, para su desdicha, por una vez, y
a lo que parece, ha dado en hueso.
García-Margallo, que le tenía ganas,
ha dicho basta a la provocación que supone arrojar a la bahía de Algeciras
setenta bloques de hormigón con pinchos de acero para provocar la ruina de los
pescadores, y no ha dudado en sacar las garras, tomando medidas que acaso
habrían de haber sido tomadas mucho antes para evitar que Gibraltar se
convirtiera en la cueva de Alí Babá que es hoy por culpa de las políticas
erráticas practicadas en las últimas décadas por España. Un auténtico paraíso
con cinco empresas por habitante; un auténtico chollo para los “llanitos” que,
lógicamente, cada día se sienten más británicos.
Como españoles bien nacidos no
podemos menos de apoyar las medidas del Ejecutivo, desde el mantenimiento de
los severos controles a la prohibición de los trasvases de carburante entre sus
buques. Pero es evidente que nada efectivo se conseguirá si no se va al fondo
de la cuestión, que no es otro que el asunto de las empresas fraudulentas y
demás irregularidades fiscales a que da pie el curioso statu quo de una colonia, la última de Europa, para nuestra
vergüenza.
Ante el aplastamiento de nuestra
dignidad a base de toneladas de hormigón –la habitual política de hechos
consumados–, no hay más remedio que decir “hasta aquí hemos llegado”, aun a
sabiendas de lo que nos espera con Cameron y sus adláteres, expertos como nadie
en diplomacia y dispuestos a todo –que se lo digan a Argentina– a la hora de
defender sus intereses históricos, por injustos que sean. Y más aún cuando
vemos cómo surgen como por ensalmo de las letrinas los de siempre, los enemigos
de España, la Ezquerra Republicana de Cataluña, con ese personaje siniestro
llamado Alfred Bosch, portavoz de dicha formación en el Congreso, a quien le ha
faltado tiempo para decir que este Gobierno está haciendo “bullying” a los
gibraltareños, al tiempo que enviaba una carta de apoyo y solidaridad al
“ministro principal” del peñón, el citado Fabián Picardo. A veces, justo es
decirlo, resulta duro ser demócratas con esta ralea, pero, para nuestro
consuelo, una vez más se hace evidente el viejo dicho de “los perros ladran,
luego cabalgamos”.
No sé, a decir verdad, hasta dónde
estaremos dispuestos a llegar en este tema recurrente de la política española,
acostumbrada a dejar de lado el contencioso gibraltareño para atender a otros
asuntos de mayor envergadura y no enfadar al altivo gobierno británico; pero lo
que sí debemos tener claro es que España no puede seguir amedrentada por tipos
como Picardo o Bosch, y para ello hay que tener guante de seda y mano de
hierro, olvidándose de antiguas volubilidades, aunque ello nos lleve a poner el
candado definitivamente a la Verja, como se hizo en 1969.
Juan Bravo
Castillo. Domingo, 18 de agosto de 2013
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