EL ALCALDE DE MARINALEDA




            No cabe duda de que la anécdota de este verano para olvidar se llama Juan Manuel Sánchez Gordillo, alcalde casi perpetuo de Marinaleda, mezcla de Pancho Villa, Che Guevara, el Empecinado, y lo que ustedes quieran, con sus dientecillos de ratón, su sombrero de paja en el más puro estilo boliviano y su pañuelo palestino. Telecinco, con su olfato especial, ha encontrado en él el chollo soñado y, aún más, con la vergüenza televisiva que son las programaciones de las cadenas estatales en tiempos de estío.
            Como es natural, los progres y los carcas se ha apresurado a tildarlo de desfasado, de francamente desfasado, lo mismo que ocurría con Anguita, o con Labordeta, a quien tanto echamos de menos; pero, desfasado y todo, al menos dice verdades como puños sobre la duquesa de Alba y los grandes latifundistas andaluces, que sólo Dios sabe lo que llevan atesorado desde nuestra entrada en la Unión Europea.
            El alcalde y sus secuaces de SAT son unos nostálgicos que luchan por sus creencias, que van pasito a paso como las hormigas, pero que ven su momento llegado, en vista de que el PSOE ha perdido toda capacidad de convicción y no tiene más remedio que refundarse o vagar por el desierto cuarenta años como los hebreos. El alcalde no entiende, sin embargo, que, más allá de concienciar, su papel no puede pasar del que, tras 35 años ha asumido, como gestor, muy eficaz por cierto, de su pequeño pueblo de Marinaleda, donde como Voltaire en Ferney –salvando, claro está, las distancias– ha hecho su peculiar reino en una Andalucía que no sale de su ruina pese a ser la Argentina de España, por culpa de tanto chorizo andaluz en estado puro.
            En verdad en verdad no sé adónde podrá llegar este curioso –y a la vez un tanto valleinclanesco– personaje en los tiempos convulsos que corren, pero está claro que, con el apoyo de Telecinco, puede llegar lejos. A fin de cuentas, lo que la gente quiere son gestos concretos, ejemplos vivos, y no palabras y más palabras –las palabras, qué duda cabe, son la causa del descrédito de la casta política, empezando por Zapatero, el que aseguraba en Ferraz que no nos iba a defraudar, y siguiendo por Rajoy, el que, donde dijo digo, en diciembre pasado, ahora dice Diego–, y a nadie se le oculta que, por más acusaciones lanzadas contra este personaje desde la derecha y la izquierda sobre si se está forrando y cosas de tal índole, la verdad es que Sánchez Gordillo cobra en efectivo lo mismo que sus paisanos, o sea 1.250 euros, en tanto que el resto de lo que gana pasa a la caja común.
            España, como vemos, además de chorizos tipo Gil y Gil, Ruiz Mateos y ahora el aspirante Mario Conde –nuevo salvapatrias–, aún sigue dando de sí, entre el pintoresquismo y el heroísmo, personajes altos en color y dignos de protagonizar un libro. En un verano espantoso en el que, de momento, ha ardido una provincia entera –140.000 hectáreas– y muchas, muchísimas ilusiones de jóvenes sin porvenir y de trabajadores que por un quítame de allá esas pajas pasan de un día a otro a engrosar las filas de los parados que se acercan ya a los seis millones, justo es reconocer que la presencia de Sánchez Gordillo, alcalde de Marinaleda –el de los carritos de los supermercados, sí, acusado de ladrón por el gremio bienpensante–, es como una gota de esperanza, acaso añeja, acaso desfasada, que al menos nos hace recodar que nada se nos da por anticipado y que no queda más remedio que luchar contra la injusticia y los abusos que, como plaga bíblica, están sufriendo las clases medias y bajas de la sociedad española, mientras los de arriba, los asentados, se rasgan las vestiduras por la conducta antisocial del alcalde de Marinaleda.    
 
                                      Juan Bravo Castillo. Domingo, 26 de agosto de 2012

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