EMERGENCIA NACIONAL




            Los 5.639.500 parados que nos acaba de anunciar la EPA para este fatídico final de abril es una cifra rayana ya en lo insoportable, una cifra de emergencia nacional; y lo peor es que parece como si ya nos hubiéramos acostumbrado a esta especie de plaga bíblica que se cierne sobre nosotros. 24,44 % de parados en una economía como la española, supera cualquier límite razonable. Y lo más trágico, dentro de la tragedia generalizada, es que son ya 1.728.400 los hogares en que todos están mano sobre mano en espera del milagro que no llega. Este trimestre, que quedará para la historia como el de la nueva Reforma Laboral, nos trae la horrible cifra de 365.900 parados, más de 4.000 diarios, lo que demuestra, ya no sólo que nuestros dirigentes sindicales tenían razón cuando decían que la reforma no iba a solucionar los problemas, sino que, antes bien, los está agravando.
            De una economía boyante como lo era la española hace cinco años, hemos pasado a un país depauperado en el que únicamente 17.433.200 afortunados cuentan con un puesto de trabajo, de momento, claro, porque el deterioro se agudiza y son cada vez más los empresarios sin escrúpulos que optan por pasar lindamente a la economía sumergida en vista de la permisividad gubernamental. Entre todos –porque aquí son pocos los que pueden tirar la primera piedra– nos hemos cargado el andamiaje de un país que fue la envidia de Europa y que, a la hora de la verdad, se ha comprobado que tenía los pies de barro.
            Está pasando el tiempo, por lo demás, en que bastaba con echarle la culpa de nuestros males a Rodríguez Zapatero y a su Gobierno Socialista, y nos adentramos en una época de negrura en que todos empezamos a sentirnos culpables, aunque más sin duda aquellos que estaban convencidos de que, con la sola presencia de Rajoy, Europa nos iba a entregar las llaves del reino. Aquí, visto lo visto, no hay llaves, ni fórmulas, ni culpables convictos y confesos de las tremendas barbaridades que se llevaron a cabo por parte de los reyezuelos de la autonomías, que hicieron de su capa un sayo para mayor glorificación de sus egos.
            El país se nos viene encima, amigos, y todos seguimos como si tal, soportando estos terribles tijeretazos, en sanidad, en educación, que no hacen más que aumentar escandalosamente el número de parados –son miles y miles los maestros y profesores de enseñanza media y universitaria que se van a quedar en la calle, sin que se vea posibilidad de preparar unas oposiciones en al menos cinco años–. La juventud, con un porcentaje de más del cincuenta por ciento de parados, se dispone a emigrar como lo hicieron antaño nuestros abuelos y España corre serio riesgo de rumanizarse.
            Ante semejante catástrofe, uno se pregunta qué espera nuestro presidente Rajoy con su corte áulica para ir formando un gobierno de concentración, un gobierno de emergencia en el que todas las partes implicadas estén presentes, con el fin de hacer frente al hundimiento de este Titanic. Urgen reformas estructurales de hondísimo calado; urgen modificaciones radicales en un país que arrastra lastre por todos los lados, con un número de políticos muy superior al de Francia y Alemania, con duplicidades administrativas por doquier, con capas sociales que viven ajenas a la desgracia en tanto que pensionistas, viudas y demás ven recortadas sus míseras pagas de una forma ominosa. La injusticia es como una marea que cubre a todos excepto a aquellos que tienen las espaldas bien cubiertas con el dinero que canallescamente ocultan en los paraísos fiscales. ¿Para cuándo las medidas de excepción?

                                         Juan Bravo Castillo. Domingo, 29 de abril de 2012  



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