LA TORTURA POR LA ESPERANZA
¿Será capaz Rajoy de ir directamente a los caladeros
donde está oculto el dinero negro, las fortunas intocables?
Rajoy va de acá para allá. Se reúne
con la patronal, con los sindicatos, con los banqueros, con los presidentes
autonómicos; ejerce, en resumen, ya de presidente. Su rostro es ya el de
presidente, consagrado como un Corazón de Jesús. Aun sin verse investido y ya
vaga por la calle Génova por encima del bien y del mal, mientras que Zapatero
se resigna a ser engullido en el sumidero de la Historia en cuanto concluya el
congreso extraordinario de febrero.
Período de calma chicha, con los
sacrosantos mercados dando un respiro a la prima de riesgo y demás primas. Pero
aquí todos sabemos –o, al menos, intuimos– que, como en el Maesltrom de Edgar
Poe, algo gordo se cuece. La navidad está ahí, con este acueducto segoviano
para abrir boca y para cabreo de los patronos. Última o penúltima ocasión de
disfrute, de olvido, antes de lo que se nos viene encima. Lo notamos en el aire
denso, en el silencio de las aves, en los nervios tensos de la ciudadanía, en
el rostro hierático de Rajoy, metamorfoseado como por arte de magia, y que, por
momentos, se asemeja al del cabeza de familia que no sabe cómo decir a su prole
que no queda un real en el arca, que hay que olvidarse de las grandezas y arrimar
el hombro hasta quedarse pegado.
Rajoy, como hombre prudente y
cauteloso que es, sabe que no puede amargar estas fiestas entrañables a la
ciudadanía haciéndola copartícipe de la ruina. Por eso tantea, deja que Artur
Mas toque a rebato anunciando las plagas de Egipto sobre los funcionarios
–convertidos ya en cabeza de turco del sistema–, frunce el ceño, hace juegos de
prestidigitador, permitiendo que la gente conciba sueños maravillosos, y, de
vez en cuando, acaricia el bastón y las tijeras que tiene preparados tras el
mullido sillón, con los que espera solucionar los males del país.
Sabe que, tras los polvorones y el
mazapán, tendrá que ponerse la máscara de hierro y sacar, por fin, las cartas
que tan celosamente ha guardado meses enteros. Sus víctimas están –estamos–
ahí, esperando como corderos en el matadero. Su única dubitación es si meterle
mano o no a los intocables, a quienes ni siquiera el propio Zapatero, hombre de
izquierda según decía, se atrevió a violentar. Y es que, claro, si no lo hace,
si no asume cuanto menos la apariencia de ecuanimidad repartiendo cargas de
arriba debajo de forma proporcional, se le va a liar, se le va a poner el país
patas arriba en tiempo récord.
De ahí su gesto atribulado de
estadista avant la lettre. Ser o no ser, that is the question. ¿Nos cabrá por fin la
suerte de ver algo original? ¿Será capaz de ir directamente a los caladeros
donde está oculto el dinero negro, las fortunas intocables, los acostumbrados a
evadir impuestos, los consejeros, asesores y enchufados inútiles del antiguo
régimen, los servicios que para nada sirven, etc.? Sería una gran alegría, qué
duda cabe. Porque lo contrario, subir el IVA, recargar la imposición sobre
carburantes y alcoholes, diezmar los ya diezmados salarios, subir las
matrículas universitarias, etc., no sería más que volver a poner la película
que tan bien conocemos, reincidir en la injusticia por pereza y falta de
imaginación.
Vestir un santo desvistiendo a otro
es, qué duda cabe, una pésima política, y eso Rajoy y su equipo lo saben bien.
Otra cosa es la disponibilidad. Este país necesita políticos imaginativos y
audaces, además de inteligentes, los necesita como agua de mayo. Los Reyes
Magos dirán, si es que hay algo que decir.
Juan Bravo Castillo.
Domingo, 4 de diciembre de 2011
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