EN HONOR DE LA MEDICINA ESPAÑOLA
Es hora de incidir por una vez en donde está el verdadero
mérito.
Frente a los que, temerariamente,
como la pasada semana hacía Artemio Pérez, presidente de FEDA, denigran al
funcionariado español por considerarlo demasiado bien pagado para el trabajo
que desempeña, yo quisiera hacer, para callar las bocas de los que así piensan,
una loa de todos ellos. En particular de los pertenecientes a la tan
denostada sanidad española: médicos, cirujanos, enfermeras y de cuantos a
diario velan por nuestra salud con una dedicación especial, en ambulatorios y
hospitales; todo un ejemplo digno de encomio y alabanza.
Y, como botón de muestra, sirva el
ejemplo, divulgado ayer mismo por los medios, del récord de trasplantes en
nuestro país, acaecido los días 23, 24 y 25 de noviembre, con 94 trasplantes a
93 personas, en 14 de las 17 comunidades, más Portugal. Y es que, en tanto que
el récord anterior de la Organización Nacional de Trasplantes (ONT) estaba en
32 intervenciones en 24 horas, el operativo desplegado esos días muestra bien a
las claras el altísimo grado de dedicación de estos profesionales, entregados
cien por cien a su trabajo, y ajenos a los embates de que es objeto la sanidad pública
en nuestro atribulado país.
Con los médicos, como con los
maestros, no se tiene conciencia de su importancia hasta que los necesitas,
aunque, en el caso de la medicina, la relevancia es aún mayor, dado que es la
vida lo que está en juego.
Uno de los grandes logros de nuestro
país ha sido y es el sistema sanitario, envidia del mundo entero, y que, a
costa de lo que sea, hay que mantener en su mismo nivel de eficacia para bien
nuestro y de las generaciones venideras.
Y es que preciso es reconocer que,
por encima del coste –que parece ser lo único que cuenta–, está la preparación,
la profesionalidad, el nivel de exigencia y de sacrificio de los profesionales
que hacen funcionar el sistema, cosa que a menudo uno tiene la impresión de que
va de soi. El ejemplo de estos
equipos de cirujanos que con su sapiencia y sus diestras manos obran maravillas
trasplantando órganos vitales es algo que necesariamente ha de tenerse en cuenta en un país donde sólo la farándula y
la clase política parecen tener cabida.
Frente a los especuladores del
dinero fácil, frente a los petulantes acostumbrados a tirar la piedra y
esconder la mano; frente a la burda
ignorancia de los que se permiten decir barbaridades sin tener en cuenta el
daño moral que hacen a gentes con muchos años de estudio, trabajo y sacrificio
a la espalda, hay que decir basta. Porque, contrariamente a lo que ellos creen,
no es el dinero lo que hace moverse el mundo –por más que lo parezca, y más hoy
día–, sino la ciencia callada y perseverante, los profesionales vocacionales,
las gentes que se dejan la piel por una retribución muy por debajo de sus
merecimientos.
Es hora de decir determinadas
verdades para hacer callar la estulticia de los que en vez de mirarse el
rostro, demonizan a los profesionales que ejercen su trabajo, movidos por su
vocación, y ajenos a quienes, en vez de contribuir a su mejora, se empeñan en
hundir el sistema. El ejemplo de estos cirujanos podía extenderse a otros
ámbitos del funcionariado español que a diario mueve la máquina del país:
seguridad, justicia, docencia, administración, burocracia, etc.
Es hora de incidir por una vez en
donde está el verdadero mérito, algo que la democracia a menudo olvida, en
tanto que permite que mixtificadores del tres al cuarto campen por sus
respetos.
Juan Bravo
Castillo. Domingo, 11 de diciembre de 2011
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