INICIO DE LEGISLATURA: SHOW ASEGURADO


          
         ¡Qué pronto se ha dejado contagiar Pablo Iglesias de esa dialéctica burguesa contra la que tantas veces arremetió cuando era joven! El día del show, es decir, el pasado martes, no sé a cuento de qué ni de quién, declaraba, así, sin dolerle prendas, que “todas las personas que se sientan en la Cámara están ahí porque “la ciudadanía” ha querido que les representen”. ¿La ciudadanía, Pablo? ¡Vamos, hombre! La ciudadanía es la que, como borreguillos, se acerca a la urna con el voto en la mano, lo deposita y si te he visto no me acuerdo. La gente vota PSOE, PP, Ciudadanos, Podemos, Vox, etc., pero sois vosotros, los partidos, quienes decidís, la mayoría de las veces a dedo, quién o quiénes figuran en las listas, especialmente en los primeros puestos, los que van a tocar pelo. Lo demás es puro relleno. 
            ¿Para cuándo, señor Iglesias, las listas abiertas que usted defendió? Pues, si no lo sabe, opte por callar, porque por la boca muere el pez. Mientras no tengamos en España listas abiertas, la auténtica democracia brillará por su ausencia. Y cualquier hijo de vecino, especialmente los que salen de las camarillas de los partidos, ocupará los puestos de diputados, senadores, alcaldes y presidentes regionales, por no hablar de los diputados europeos. Votamos lo que ustedes nos dan ya perfectamente cocinado y preparado, con lacito y todo eso. 
            Ésa es muy posiblemente la causa de la falta de grandes testas en los puestos relevantes de las instituciones. Las élites desprecian la política porque prefieren opositar o generar riqueza o colarse en los consejos de administración, todo con tal de no tener que someterse al capricho de los dirigentes de los partidos y de sus adláteres más inmediatos. Buena prueba de ese nivel más bien bajo ofrecido por la clase política fue el tan comentado como criticado show de la apertura de la legislatura. Un auténtico show televisivo y televisado, para desgracia de sus señorías, que se agolpaban como párvulos bajo la mesa presidida por don Agustín Zamarrón, instando, con su verbo florido, al orden donde todo era desorden y desconcierto. 
         Ese caos organizativo, como era de esperar y de prever, fue aprovechado, y de qué manera, por Junqueras, Rull, Turull y Jordi Sànchez, los cuatro políticos independentistas salidos de prisión, para montar su particular show, sirviéndose para ello de la ingenuidad de los medios, especialmente, los televisivos, que una y otra vez caen en la trampa, convirtiendo lo que debería ser puramente adjetivo en sustantivo. Ellos, ajenos a toda idea constructiva, y que iban a lo que iban, se convirtieron en las figuras estelares, las que concitaron focos y atenciones, sabiendo perfectamente que probablemente no volverían por allí, y a fe que lo aprovecharon, valiéndose de la más bien escasa educación ciudadana de los diputados de Vox, a los que les faltó quitarse el zapato, estilo Kruchef, y sacudirlo en la mesa, para que de ese modo no se oyeran las esperpénticas fórmulas ideadas por los cuatro políticos catalanes para eludir, en vez de acatar, como era su obligación, la Constitución. Una vez más se llevaron el gato al agua de cara a los ciudadanos de Cataluña que son los únicos que les interesan. Una vez más obtuvieron su dosis de propaganda gratis con su victimismo perfectamente preparado. Fue, qué duda cabe, una sesión memorable para la tribu de Rufián. ¡Y ojalá me equivoque con lo que pueda pasar hoy! Justo lo mismo que ocurrió con Vox cuando no se le permitió participar en los dos grandes debates televisivos de las anteriores elecciones.
        En política, como en la vida, tenemos que recobrar la normalidad, de lo contrario, el que más grite seguirá llevando la razón, como ocurre en Cataluña, donde una minoría fanatizada tiene sometida a una mayoría silenciosa; una minoría que  actúa con tal maquiavelismo que bien parece que las víctimas fueran ellos y el Estado su opresor. Un desastre del que no sabemos salir y que no hace más que engordar al monstruo.

                                     Juan Bravo Castillo. Domingo, 26 de mayo de 2019    

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