EL SUEÑO ROTO DE PEDRO SÁNCHEZ


            Este título, que podría parecer sacado de una novela de García Márquez, corresponde a una realidad que acabamos de vivir hoy, con un presidente Sánchez que, acosado por todas partes, incapaz de sacar adelante los presupuestos generales, ha tenido que hacer crack, dejando profundamente frustrados a quienes habían confiado en que, por fin, España iniciara un giro hacia lo social, después de más de una década viendo cómo los beneficios del Estado han ido a parar a unas cuantas manos (cada vez menos) y cómo el margen entre los ricos y pobres crecía más y más.
            Entre todos lo mataron y él solo se murió, dice el refrán; y, como siempre, añado yo, los platos rotos tendrán que pagarlos los mismos. O sea, el pueblo, o sea, la clase media, excepción hecha, claro está, de los amigos de Casado, Rivera y Abascal que ven iluminarse el cielo, pensando que en un par de meses se repetirá su particular tripartito, y en España, de nuevo, volverá a amanecer. Eso, claro, siempre que la izquierda española no acuda en masa a las urnas y ponga las cosas en su sitio, dejando ya de una puñetera vez a un lado a vascos y catalanes –los gran favorecidos de la Transición–, que, perdido ya todo vestigio de solidaridad y de amplitud de miras, persisten en su vuelo gallináceo antiespañol, que lo único que ha logrado es sacar de las sombras a los viejos nostálgicos de toda España, conscientes de la burla escandalosa de los independentistas y soberanistas catalanes a quienes importa un bledo que España se hunda en Europa, con tal de que ellos y su jerarca de Waterloo se salgan con la suya. 
            Ni siquiera sirvió el descarado y antipopular aumento del 18% del presupuesto destinado a Cataluña, a costa del de otras regiones pobres como la nuestra, que veían mermadas ipso facto sus partidas; ni siquiera la “pela”, tan esencial para ese pueblo, heredero de los fenicios. Lo que demuestra hasta qué punto ha llegado el fanatismo de una parte del pueblo catalán. Y todo eso por más que ahora, visto lo visto, empiecen a rasgarse las vestiduras echando la culpa, cómo no, a Sánchez, que no se atrevió a llegar hasta el final, o sea, hasta concederles, más o menos encubiertamente, el tan ansiado derecho de autodeterminación.
            España, hoy, está que arde, y los de siempre esperan sacar provecho de la confusión, y, por supuesto, del miedo. Pero, no nos engañemos, los hay que hoy se frotan las manos de satisfacción, no me refiero a los que ya se ven instalados en la Moncloa después de vengar a Rajoy; no, me refiero a los que ven ya cómo el nuevo statu  quo va a favorecer sus intereses, no van a tenerse que rascar los bolsillos e incluso puede que vuelvan a obtener las prebendas de antaño. Adiós a la anunciada abolición de la reforma laboral que sumió al trabajador español en la miseria; adiós a la reforma de las pensiones; adiós a la ley de la autanasia; adiós a la recuperación de las libertades cívicas; y veremos qué pasa con el aborto. Abascal ha venido para quedarse y el descaro con que este nuevo tripartito de derechas se dispone a repartirse el botín, como ha hecho en Andalucía, no tiene parangón.
            Por lo demás, la intención del iluminado Pablo Casado, según reitera, es aplicar el 155 nada más llegar a la Moncloa, complaciendo así a aquellos independentista del “cuanto peor, mejor”. No, señor Casado, las cosas no son tan fáciles como le han enseñado a usted en FAES. Mezclar, como usted pretende, churras con merinas (de su tierra) no puede llevarnos a nada bueno, y es evidente que, como en su tiempo hiciera Aznar sirviéndose de la excusa de ETA, hoy pretende hacer usted lo mismo con el independentismo catalán. Todo es bueno para el convento, que decía la abadesa. Sánchez se lo ha dejado a huevo, pero los sueños rotos pagan facturas y no por mucho repetir una mentira mil veces se convierte ésta en verdad. 

    Domingo, 17 de febrero de 2019.   Juan Bravo Castillo        

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