NUESTRA MUDABLE CLASE POLÍTICA


            Antaño, la política era cosa muy seria; allí, salvo excepciones como Lerroux, iban  a desembocar personalidades de gran talla intelectual y social, ateneístas, sindicalistas, catedráticos de enjundia, etc. Véanse los casos de Manuel Azaña, Indalencio Prieto, Julián Besteiro, Largo Caballero, Pasionaria, José Prat, o, ya en la época predemocrática y democrática, José María de Areilza, Manuel Fraga, Tierno Galván, Santiago Carrillo, Felipe González, e incluso Adolfo Suárez. Bestias de la política, curtidos en el oficio, desbordantes de ideología, y llegados para instalarse  implantar sus blasones, salvo que se los cercenasen de raíz, cual fue el caso de Antonio Maura, Canalejas, Dato y otros.
            Hoy asombra el cambio radical al que estamos asistiendo, no sólo en lo que se refiere a los protagonistas de la Historia, sino también en lo que concierne a la solidez de la ideología. Ni siquiera el desembarco de la mujer en la escena política ha venido a paliar tan brutal cambio; cambio que muy bien pudiera ser el principal origen del desafecto de las grandes masas a la política, o, al menos, a la esperanza en la política, desde el momento en que, a lo largo de los últimos diez años, los casos de corrupción se han sucedido inexorables minando la fe del pueblo.
            Asistimos, en efecto, hoy día con estupor a incesantes vaivenes de personajes que, no más llegar arriba, caen como fulminados por el rayo, ministros y ministras, figuras claves de los partidos, líderes y políticos que, tan sólo hace unos meses, apuntaban muy alto y que, de la noche a la mañana, caen en el ostracismo. La inestabilidad se ha instalado en la política y, aún más tras la caída de Mariano Rajoy, último baluarte de la derecha española, por más que Aznar, como Bono en el otro bando, permanezcan siempre al acecho como Franco con su lucecita del Pardo. La televisión manda (sobre todo la Sexta), hasta el punto de que muchos de los líderes actuales – Iglesias, Casado, Colau y otros muchos– han salido de allí, haciendo cierto el dicho, tan usado, de que “lo que no pasa por la caja tonta ni existe ni tiene entidad”.
            Los cuatro líderes que se ha hecho con el poder en los cuatro grandes partidos nacionales vienen a ser trasuntos de Macron, y como tales, aunque sin su cultura, apuntan alto con una osadía sin límites. Dicen que la ambición ciega y en política más que nada. Pero es evidente que algo falla, algo chirría cuando los vemos en plena dialéctica parlamentaria. Falta calado, falta trapío; sobran papeles (stricto sensu) y argumentos trillados. Apoyan, por ejemplo, o dicen apoyar, plenamente al feminismo, pero, excepción hecha de Susana Díaz, la que apunta alto, cae antes o después; y si no, véase la jugada magistral de Casado con Sáenz de Santamaría y María Dolores Cospedal: eso es digno de Maquiavelo; lo mismo que lo fue la jugada de Pérez Rubalcaba con Carmen Chacón. A las mujeres, con esto de la paridad, se les permite que suban, que destaquen, que presenten sus credenciales, pero, llegado el momento de la verdad, ahí tenemos al cuarteto ganador: Sánchez, Iglesias, Casado y Rivera, jugando la eterna partida de póker. Nadie daba un duro por ellos, pero ahí están, con mando en plaza. Mucho tiene que correr un númida, para pillar a un romano, dice el dicho. Sánchez aparece rodeado de féminas, pero el cetro lo ostenta él, ¿por cuánto tiempo? Iglesias es un auténtico devorador de líderes, véase el caso de Xavier Doménech; este hombre aburre; antes preocupaba, ahora aburre, entre otras cosas porque se cree lo que no es. A Casado pocos le arriendan la ganancia: es el típico hombre cosmético, como cosmética lo es Susana Díaz. Queda Rivera, héroe en Cataluña para los constitucionalistas, pero que no termina de calar. Es francamente preocupante ver en manos de quién estamos, así lo piensan muchos. Evidentemente los tipos curtidos huyen de la política como de la peste.

            Juan Bravo Castillo. Domingo, 18 de noviembre de 2018

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