DIALOGAR CON UN NACIONALISTA




                           
            El tan ansiado diálogo con los nacionalistas parece ser ya un hecho. En realidad, con Íñigo Urkullu ya se  ha iniciado con resultados más que preocupantes, para los españoles, claro está. El que se anuncia con Quin Torras no puede menos que erizar el vello del sufrido españolito, ese mismo que paga religiosamente sus impuestos y ve cómo cada vez se torna más en ciudadano de segunda.
            A fe que no me gustaría estar en la piel de Pedro Sánchez, pese a su proverbial optimismo, preocupante proverbial optimismo. Pero ahí está el tan demandado diálogo con vascos y catalanes, para gloria de la democracia.
            Pero ¿estamos ante un verdadero diálogo? Ésa es la pregunta del millón. Un presidente que se precie debería empezar haciendo lo que hizo Kennedy a la ciudadanía estadounidense, o sea, preguntar: “¿Qué está usted dispuesto a dar al Estado?” Una pregunta que no dejaría de impactar por aquello de que la mejor defensa es un ataque, y aquí ya se sabe de qué va el juego y cuál será la táctica del entrenador. Un nacionalista es, por esencia, un ser victimista y pedigüeño, que únicamente entiende la vida en función de lo que saca. Dialogar, para ellos, es sacar beneficios para compensar viejos agravios.
            Urkullu, que es un señor muy serio, y que aprendió bien la lección de Ibarretxe, es, junto con su inseparable Aitor Esteban, un ventajista que juega con las cartas marcadas, saca beneficios con el PP, con el PSOE y con quien le pongan por delante, y lo hace con una sutileza que asusta a propios y extraños. Su propósito es claro, “poquet a poquet”, aunque al final, y si Dios no lo remedia, la separación de Euskadi será un hecho. De momento se conforma con mantener el cupo, sacar su buena tajada de los presupuestos, iniciar el acercamiento de dos o tres decenas de presos vascos, empezar a abordar los 37 puntos pendientes, según él, del Estatuto de Guernika, y, por supuesto, ahondar en la cuestión identitaria, eso de “somos una nación”. Casi nada.
            Torras y su mano derecha Artadi son la voz de su amo Puigdemont, pero, como todos los que se lanzan al monte, son duros de pelar, obstinados, se le meten dos ideas en la cabeza y la repiten hasta la extenuación. Lo de ellos, ya se sabe, son los presos políticos (y para ello han hallado un inmejorable soporte en el ínclito Pablo Iglesias, culillo andante), el referéndum consensuado o unilateral, pero referéndum, la gresca, el barullo, siempre con su cohorte de turiferarios que no sabemos de qué viven, pero sí sabemos que están donde tienen que estar, siempre prestos a armar la bronca, como hicieron el pasado miércoles en Washington, denostando a España, insultando, mintiendo por aquello de que todo es bueno para el convento.
            Dice el “lehendakari” con esa retórica tan peneuvista propia de jesuitas: “Es necesario abordar una reflexión sobre el modelo de Estado desde la asunción de su propia realidad plurinacional”. El propósito es claro. Otra cosa es que Sánchez, movido por su optimismo y lo que considera su buena estrella, se deje enredar, porque, no nos engañemos, estamos ante un ejercicio de trileros. Cuando no hay buena voluntad, y haberla no la hay en absoluto, el peligro de dejarse atrapar es grande. ¿Cuánto le durará a Pedro Sánchez la paciencia? ¿Conseguirá algún rédito con esta banda? Y si lo consigue, ¿a cambio de qué? Jugar sin sobrepasar las líneas rojas es tarea harto difícil. Dialogue, dialogue, pero ándese con cuidado, señor Sánchez, no vaya a ser que en un descuido se queden también con su mano y, sobre todo, como decía Stendhal, reprima el primer movimiento, que por lo general suele ser generoso.

            Juan Bravo Castillo. Domingo, 1 de julio de 2018

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