DE MONTORO A MONTERO
Esta
claro que no es lo mismo predicar que dar trigo. Hasta cuatro veces repitió
Pedro Sánchez, a bombo y platillo, en distintos mítines, que en cuanto llegara
al poder lo primero que iba a hacer es sacar a la luz la lista de morosos que
se acogieron a la amnistía fiscal impulsada por el exministro de Hacienda
Cristóbal Montoro. Pero, llegado el momento de la verdad, la nueva ministra,
María Jesús Montero, nos da una larga torera asegurando que “no encuentra
capacidad jurídica para hacer pública esta lista con carácter retroactivo”. O
sea, una vez más topamos, no con la Iglesia, como Don Quijote y Sancho, sino
con la inefable Justicia. O sea que Montoro lo había dejado todo atado y bien
atado y Pedro ni se había enterado.
Una
vez más el pueblo vil, el pueblo inocente, ese mismo al que pertenecemos tú y yo
y diecinueve millones de asalariados, más casi diez de jubilados –esos mismos
que, como dice ferozmente mi amigo Enrique Cantos, tienen que dar de comer a
trescientos mil políticos, asesores y consejeros– se queda con la miel en los
labios sin saber el nombre de esos ladinos que se lo guisan y se lo comen ante
las narices de los que, con su nómina, sacan adelante la máquina de un Estado
que cada vez se parece más a aquellos camiones que, como animales mitológicos,
subían penosamente en los años cincuenta el puerto de Almansa, permitiendo que
saqueadores de toda índole se subieran a ellos con toda tranquilidad y fueran arrojando
los sacos o lo que fuera para que sus compinches los recogieran y arramblaran
con ellos.
Es
evidente que la ley es y seguirá siendo, si Dios no lo remedia, el martillo de
los pobres. Dice la señora Montero –la recién llegada– que, “en todo caso, se
podría hacer para próximas amnistías, pero no para acontecimientos anteriores”.
Y uno no puede menos que tocar madera pensando en que también el PSOE, que ya
lo hizo por cierto, caiga en la tentación de idear otra amnistía fiscal para
atraer el dinero que duerme en decenas y decenas de paraísos fiscales. Mala,
muy mala, solución sería volver a las andadas en vez de promulgar leyes severas
y sacar a oposición decenas de plazas de expertos para combatir esta lacra de una
vez por todas. Estamos, qué duda cabe, ante la peor plaga de mangantes que
imaginarse pueda, y hasta los más corticos saben que si se la lograra combatir
eficazmente, este país funcionaría como una máquina perfectamente engrasada.
La
decepción, por eso mismo, ha sido profunda, hasta el punto de que son ya muchos
los que cantan aquello de que “ni contigo ni sin ti, mis males tienen remedio”.
Aquí te subes a la tumbona y te contagias del silencio de los corderos. Lo que
no hace más que incrementar la curiosidad malsana del pueblo: “¿Pues quién
diablos estará en esa lista?” Y las mentes se ponen a funcionar, y se piensa en
lo peor. ¿Para cuándo la transparencia que tanto se pregona? ¿Para cuándo el
dicho de que todos somos iguales ante la ley? ¿Hasta cuándo seguirá existiendo
el blindaje para los de siempre? No se puede seguir tratando al pueblo como si
fuera menor de edad.
Y
si en este caso al nuevo Gobierno le ha faltado tiempo para enseñarnos el
decreto que hasta ellos desconocían, qué ocurrirá con la nueva tormenta con
nombre de mujer que se ciñe ya sobre el horizonte de la Moncloa y que tan
gravemente puede afectar al rey emérito. ¿La dejará pasar de la misma forma o
se decidirá a agarrar de una vez el toro por los cuernos? De momento, a don
Pedro sólo parece preocuparle el nombramiento de nuevos cargos. En esto, la
barrida está siendo completa. Ya digo, lo de siempre.
Juan
Bravo Castillo. Domingo, 22 de julio de 2018
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