LLAMADA A LA JUVENTUD


            Me gustó que el Papa Francisco iniciara la Semana Santa, el pasado Domingo de Ramos, con un alegato a la juventud, invitando a todos los jóvenes a “gritar” ante quienes intentan “manipular la realidad” y silenciarlos.

            “Hacer callar a los jóvenes –sigue diciendo el Santo Padre– es una tentación que siempre ha existido. Hay muchas formas de silenciarlos y volverlos invisibles. Muchas formas de anestesiarlos y adormecerlos para que no hagan “ruido”, para que no se pregunten y cuestionen”.

No sé hasta dónde pretende llegar Francisco con su denuncia, pero, para mí, que pone, y de qué manera, el dedo en la llaga. Como profesor de universidad he tenido ocasión muchísimas veces de constatar la sed de una inmensa mayoría de jóvenes por conocer y saber. He tenido momentos de verdadera epifanía con ellos; momentos en que me he sentido plenamente satisfecho a la hora de tomar conciencia de que estaba sirviendo de correa de transmisión del conocimiento, de instrumento de conexión del saber socrático. Cuando ocurre eso, uno sale del aula emocionado y orgulloso. Por desgracia, en la actualidad, las cosas se tornan cada vez más difíciles, hasta el punto que hay que ser un auténtico genio para alcanzar sus conciencias.

¿Qué ha pasado? Simplemente que el mundo ha cambiado. Antes éramos víctimas de la sociedad de consumo; ahora se ha dado un paso más: vivimos anestesiados por unas maquinitas perfectamente ideadas para idiotizar a jóvenes y mayores, pero sobre todo a los primeros. Ya no pensamos; los demás piensan por nosotros. Ya no actuamos; nos limitamos a ver cómo los demás actúan.

Decía Rousseau que “el hombre nace bueno, sano; es la sociedad la que lo corrompe”; de ahí que lo esencial fuera intentar por todos los medios preservarlo de la influencia nefasta de esa sociedad. El consumismo hizo del ser humano un simple acumulador de cosas y objetos; cambió la óptica: lo esencial no era “ser”, sino “tener”. Unos cuantos mercaderes transformaban el mundo de los valores, pero, con todo, aún era posible encontrar su camino en medio de la niebla. Pero esos mercaderes no se quedaron ahí; fueron más lejos, y haciendo creer a los consumidores que les proporcionaban la ansiada piedra filosofal, los dotaron de unas maquinitas que a diario les absorben el seso hasta convertirlos en piltrafas. Es una forma asombrosa de controlar al género humano, en especial a los jóvenes, adolescentes y aun niños. La manipulación ha alcanzado hoy día cotas impensables y, lo peor, es que va a más.

“Hay muchas formas de tranquilizar a los jóvenes para que no se involucren y sus sueños pierdan vuelo y se vuelvan ensoñaciones rastreras, tristes”, termina diciendo Francisco. Los que crecimos con Sartre vemos hasta qué punto son ciertas las palabras de Bergoglio. Cultivamos la impostura; somos lo que “el gran hermano”, que decía Orwell, nos permite ser; vivimos en medio del artificio y nos creemos auténticos, pero rara vez nos paramos a pensar hasta dónde llega nuestra autenticidad. Simplemente somos lo que nos dejan ser. De ahí la necesidad de ese “grito” de protesta, tan necesario, ante la manipulación que los nuevos poderes fácticos hacen de la realidad, de nuestra realidad. Y lo peor no es haber llegado hasta aquí; lo peor es lo que nos viene. Acabamos de enterarnos de la manipulación del Brexit o de las últimas elecciones norteamericanas. Antaño el mundo se dividió entre hombres libres y esclavos; hasta hace unos años, el mundo se dividía en ricos (una minoría) y pobres (la mayoría); hoy día el “décalage” se torna cada vez más visible entre los manipuladores (unos cuantos) y los manipulados (casi todos). Al final se impondrá el grito de “sálvese quien pueda”.

                    Juan Bravo Castillo. Domingo, 1 de abril de 2018  

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