COMPETITIVIDAD


    Anuncia el Banco Popular la próxima reducción de hasta 3.000 empleados y el cierre de hasta 300 oficinas… Y eso que el negocio va viento en popa y respaldado por el Gobierno. Se dice asimismo que la nueva ola de reducciones de oficinas y plantillas de la banca española no ha hecho más que empezar.
    A eso lo llaman competitividad, pero los hay que preferimos denominarlo otra cosa, como es ir inexorablemente hacia la mecanización. Lejos quedó aquella gran mentira de que un banco trataba de “dar servicio”. Por favor… El objetivo es claramente “ganar dinero” para distribuirlo entre unos señores que viven de “no dar un palo al agua”, que decía el Salustiano.
    Cada vez que voy a mi banco, un señor “muy amable” se empeña en que me dirija a la máquina y, por más que le digo que estoy chapado a la antigua y soy de los que aún van al banco a buscar algo de calor humano y encontrarme acaso con un amigo con quien tomar un café, él porfía en su empeño. Lo tiene claro; quiere, por orden superior, sin duda, robotizar la oficina a marchas forzadas.
    Antes parabas en una estación de servicio a echar gasolina y te atendía un señor muy gentil, incluso a veces un viejecito, con quien cambiabas unas cuantas frases que denotaba que el mundo seguía siendo humano. Ahora te las ves con la máquina frente a frente; te sirves tú mismo con esos guantes de plástico que en modo alguno protegen del olor a gasoil, pagas en la tiendecita, sin que el producto, por ello se abarate. Todo se queda en casa. A eso llaman competitividad.
    Idéntico tratamiento en las autopistas. Como por ensalmo desaparecieron aquellos empleados que te saqueaban con amabilidad. Ahora ahí está la máquina que te atiende sin contemplaciones ni pizca de humanidad, te escupe el cambio, indiferente a la longitud de la cola que aguarda, y tienes que rezar para que no se averíe. Hay tramos como el que va de Málaga a Algeciras donde te hacen pagar cuatro veces en cien kilómetros. Pero el sistema es implacable y aquí también todo se queda en casa. Es la competitividad.
    Vamos, qué duda cabe, hacia el “hombre máquina” que decía La Mettrie. A base de rentabilidad, llegaremos a la esclavitud, al mecanicismo, al odio al trabajo, a la depresión y al sanatorio. ¡Qué diferencia de aquel trabajo gremial o al artesanal de antaño, donde se ponía el alma en el trabajo!
    Estos vientos de competitividad que vienen del mundo anglosajón amenaza con poner fin a la ilusión del trabajo. Esclavos los afortunados en encontrar un puesto para que las sociedades anónimas engorden otorgando cada vez más beneficios a gentes ociosas que viven pendientes de la bolsa y del lucro.
    No, definitivamente no nos puede gustar este mundo que amenaza con retrotraernos al Medioevo, a Gengis Khan o a Atila. Éste es el legado que le vamos a dejar a nuestros hijos: competitividad hasta acabar hacinados en fábricas de sol a sol como en China o Bangla Desh. Ya lo dijo ese granuja convicto y confeso de Díaz Ferrán, jefe de los empresarios españoles, “Trabajar más para ganar menos”. La única verdad que enunció en su vida pública antes de ir a dar con sus huesos en la cárcel, donde cumple pena sin devolver los millones sustraídos. En eso al menos fue profeta. Llegará un día en que el “trabajador” deje de ser considerado la muñeca del pin pan pun; pero para eso habrá que doblar de nuevo el Cabo de Hornos de la vergüenza.

                                Juan Bravo Castillo. Lunes, 26 de septiembre de 2016

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