¿ADÓNDE FUE EL ESPÍRITU DE LA TRANSICIÓN?


       
                                        


            El verano declina, pero ni llega la lluvia ni los mínimos acuerdos para conformar un gobierno estable que impida unas terceras elecciones con las que sin duda nos convertiríamos un poco en el hazmerreír de Europa, un poco más, claro.
            Allí donde debió constituirse una mesa negociadora entre los partidos constitucionalistas, a finales de junio, para hacer una España nueva, todo se quedó, una vez más, en desplantes, tiranteces, prepotencias y descalificaciones. Y así seguimos, mientras el pueblo, los votantes, se preguntan ya sin tapujos ¿qué hemos hecho nosotros para merecer esto?
            Y lo peor de todo, es que, dejando a un lado los intentos de consenso de Ciudadanos, algo parece oler a podrido entre los líderes de los principales partidos, un olor a podrido que se acrecienta desde aquel aciago debate televisivo de diciembre del pasado año; una aversión personal traducida en gestos muy concretos, en palabras particularmente hirientes y en un odio que ninguno de los dos puede ya ocultar.
            Pienso, particularmente, que tanto Mariano Rajoy como Pedro Sánchez se descalifican mutuamente y que, visto lo visto, lo más coherente y sensato, ellos que tanto se glorifican hablando de España y del sacrificio, sería que dejaran paso a otras personas más cualificadas, como ocurrió con David Cameron en Reino Unido. Cuando una situación se vicia, lo más expeditivo es cortar por lo sano, dejando a un lado la ambición personal y mirando por el bien común. Pero está claro que Rajoy confía en seguir arañando votos con su política de miedo en unas posibles terceras elecciones, y Sánchez aspira a morir matando.
            Y, en medio de este marasmo estival, uno se pregunta adónde fue el espíritu de la transición que tan buenos frutos proporcionó a la democracia española cuando todo parecía que, una vez más, las dos españas podrían desempolvar las armas y reiniciar la eterna querella. Es evidente que la memoria es quebradiza hasta límites insospechados. Aseguran que los políticos de un país están hechos a imagen y semejanza de la ciudadanía de donde salen y que, por consiguiente, tenemos lo que nos merecemos, pero hasta cierto punto. Y es que, a diferencia del pueblo, que si algo lo caracteriza es su raciocinio, la clase política, nuestra clase política, pendiente únicamente de los votos por conquistar o por no perder, es claramente rehén de sus propios aparatos, y hace tiempo que prescindió de la razón para pensar única y exclusivamente en su interés.
            De ahí que no sean conscientes del daño que le están haciendo a la democracia, todos sin excepción, y no sólo el PSOE de Pedro Sánchez, como la derecha española pretende hacer creer a la ciudadanía, sacudiéndole sin cesar las posaderas, y haciéndolo culpable de haber matado a Kennedy. Permitir que la coalición PP-C´s gobierne cuatro años España supone dar carta blanca a la corrupción, a los injustos recortes, a la política nefanda que nos ha llevado, entre otras cosas, a la parcial desaparición de la clase media española y del peligro extremo en que se hallan las pensiones de ocho millones de jubilados, entre otros muchos peligros. Permitir que la derecha gobierne supone darle la llave a Podemos del control de la oposición.
            ¿Y eso no lo sabe el aspirante Rajoy? Más le valiera ponerse frente al espejo y preguntarse por qué, después de ocho meses, no logra granjearse la confianza de ningún partido, excepción hecha del suyo. Es algo de libro. Y lo peor es que con sus ironías y sus descalificaciones, difícilmente lo va a conseguir.

                            Lunes 5 de septiembre de 2016. Juan Bravo Castillo  




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