MARIO EL MAGO

                      
            Aunque muchos lo consideraban un personaje amortizado, pocos sabían que Mario Conde, el que antaño fuera el financiero de moda, modelo de una juventud ansiosa de enriquecerse, venía siendo objeto de persecución por la UCO de la guardia civil por blanqueo de capitales, organización criminal y contra la Hacienda pública.
            Como se sabe, Conde fue detenido por primera vez en diciembre de 1994 por el escándalo financiero de Banesto acusado de apropiación indebida y estafa de 7.000 millones de pesetas (unos 19 millones de euros) de la entidad. En 1995 fue arrestado por el caso Argentia-Trust, que investigaba la desaparición de 600 millones de pesetas (3,6 millones de euros) desviados desde Banesto a esta sociedad instrumental. Tras mucho estira y afloja intentando pasar por mártir de la causa, el 31 de marzo de 2001 la Audiencia Nacional lo condenó a 14 años por los delitos de estafa y apropiación indebida en el caso Banesto, obligándole asimismo a devolver 7.200 millones de pesetas a la entidad bancaria, Gracias a sus abogados defensores, una vez más logró eludir la cárcel con una fianza de 500 millones de pesetas; pero de poco le valió aquella victoria, ya que, el 29 de julio de 2002, el Alto Tribunal aumentaba las penas de la causa, siendo condenado el gallego a 20 años de cárcel, de los que no cumplió más que un tercio.
            Sin apenas restituir lo robado, lejos de arredrarse, se lanzó a una huida hacia delante publicando libros como sus célebres Memorias de un preso y Los días de gloria, en un intento de ensalzar su imagen de antiguo prohombre que intentara enfrentarse a Felipe González y a José María Aznar, pagando caro su intento. Y mientras tanto, la “pobre víctima” creaba un entramado familiar con el que poco a poco iba repatriando el dinero robado procedente de Suiza, Reino Unido, Curaçao, Italia, Emiratos Árabes, Países Bajos, Luxemburgo e Islas Vírgenes Británicas.
            Ante un caso tan flagrante de rapiña “a la española”, tanto que marcó época, uno no puede por menos que hacerse unas mínimas reflexiones. Por ejemplo, ¿Cómo es posible que esa facultad tan admirada como es la inteligencia, que en el caso de Conde alcanzó límites admirables en cuanto a calificaciones académicas, lo mismo que su hija Alejandra, sirva para ponerse al servicio del ansia de expolio? ¿Cómo es posible que la legislación española sea tan laxa en lo relativo a la restitución de los dineros robados, hasta el punto de que asombra pensar lo barato que sale expoliar sumas ingentes de dinero? Te buscas unos “buenos” abogados, de esos que carecen de escrúpulos y con muy escasa deontología profesional, te avienes a pasar tres o cuatro años entre barrotes, y al salir: el mundo, señor Conde, a sus pies. Así es si así os parece. Y es que si robas poco eres un desgraciado, carne de cañón, vamos; pero si robas –o matas– mucho, serás un héroe. Otro aspecto importante es no arredrarse, sino, antes bien, contraatacar, como hicieran Ruiz Mateos, Gil y Gil o Conde, yendo incluso a refugiarse en la política, engañando a los pobres incautos. Conde, como Granados, no dudaron en erigirse en “azotes” y justicieros de la sociedad. Pero la carcoma estaba dentro. Hoy, el ilustre abogado del Estado, luego de disfrutar de sus ilimitadas posesiones, de nuevo se ve entre rejas gracias a la perseverancia del juez Santiago Pedraz, pero, gran pregunta, ¿cuánto tiempo pasará antes de que sus abogados obtengan para él otra libertad provisional? Hay un dicho que afirma que “mucho tiene que correr un númida para pillar a un romano” y este gallego escurridizo es un romano de pelo en pecho, en un país donde la ley es el azote, sí, pero de los pobres.


   Lunes 18 de abril de 2016.    Juan Bravo Castillo.





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