JUEGO DE TRONOS



            Acostumbrados al tradicional juego bipartidista (y al apoyo puntual de los partidos nacionalistas que tanto jugo sacaron de este juego), la situación salida de los comicios del 24-M está resultando bastante más compleja de lo que, en un principio, muchos ingenuos pensaban. Indudablemente se hace notar la falta de tradición pactista. Aquí, quien más quien menos habla de tocar poder, cuando más bien habría que acordarse del viejo dogma de Julio Anguita, “programa, programa y programa”.
            Veremos qué sale de este incesante estira y afloja, unos tratando de mantener su identidad primordial de cara a las Elecciones Generales de noviembre, otros intentando saciar sus ansias de gobernar, en especial aquellos que, por los resultados obtenidos, o por el azar de las carambolas y aquello de los extraños compañeros de cama, se ven con posibilidades de ocupar sillón de mando.
            Seguro que habrá sorpresas, en especial para quienes tildaban a Ciudadanos de simple apéndice de un PP de gentes de derecha cabreada, que, antes o después, se prestarían a apuntalar al partido de Rajoy. Hacer eso, significaría caer en picado al modo de Rosa Díez, en vez de mantener una línea centrista-liberal basada en la austeridad, la transparencia y la honestidad, soportes básicos de su poder.
            Más compleja, desde luego, es la actitud de Pablo Iglesias, en exceso altivo y prepotente, al menos de cara a la galería, y que tan poco se aviene con el de la candidata Manuela Carmena, próxima alcaldesa, salvo hecatombe, de Madrid, mujer admirable, antítesis de Aguirre, en quien cientos de miles de madrileños han depositado su esperanza y su futuro.
            A la hora de escribir estas líneas nada ha trascendido, excepto el contenido del menú, de lo ocurrido en la cena del pasado miércoles entre Pedro y Pablo –o Pablo y Pedro– en un lugar secreto de Madrid, como en su momento hicieran Adolfo Suárez y Santiago Carrillo, pero hay evidente temor de que los dirigentes de Podemos salgan por los cerros de Úbeda con esa actitud chulesca que ya empieza un tanto a hastiar. Es evidente que Iglesias, aún más que Errejón, todavía anda sumido en la dialéctica mitinera universitaria, sin darse cuenta de que, aunque ajena a la casta, él y los suyos hablan para el pueblo, que pide y exige justicia, cambio radical, sí, pero también estabilidad política, única forma de que este país vaya saliendo del agujero.
            Y a todo esto, ¿qué ocurre con el PP? Acallada la voz agorera de Esperanza Aguirre, con su pataleo imberbe, y luego de que parte de los barones anuncien su retirada, Rajoy, porque no le queda otro remedio, se apresta a mover ficha, aunque poco se puede esperar, dada su tendencia al inmovilismo, y su convencimiento de que el crecimiento económico puede salvarle la cabeza. Alguien, sin embargo, Arriola o quien sea, debería decirle que eso no es suficiente; que el “panem et circensem” está superado, que la gente, además de transparencia, exige muchas cosas más de la clase política.
            De cualquier modo, la situación, por más que los agoreros se empeñen en negarlo, resulta de lo más apasionante. Algo se mueve por fin. Las cosas ya nunca serán como antes. Tal es la esencia del pacto, y si no que se lo pregunten a Susana Díaz, que creía que todo era llegar y besar el santo en Andalucía.

                             Juan Bravo Castillo. Lunes, 8 de junio de 2015  

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