CRÓNICA DE UNA DEBACLE




            Asombra pensar en la incapacidad de los múltiples consejeros áulicos del presidente Rajoy para advertirle de un desastre para el Partido Popular que no sólo se palpaba en las encuestas, sino también en calles y tertulias. Si los datos no engañaban, y no engañaban, teníamos y tenemos uno de cada cuatro ciudadanos en el umbral de la pobreza. ¿Esperaba acaso que ese ciudadano desesperanzado lo votara por aquello de que “parece que salimos del desastre en que nos dejaron los socialistas”? ¿Esperaba acaso que lo votaran los dos millones de jóvenes que no saben qué rumbo darle a su vida? Aquí están –y no hace falta ni lupa ni candil– los votos de Podemos.
            ¿Y acaso no le advirtieron que ese partido de Albert Rivera, salido como por ensalmo de Cataluña, dispuesto a arrasar en toda España, no le iba a robar a una parte sustancial de su propio electorado? Evidentemente no, y si lo hicieron, de poco les sirvió, porque, como se hizo realidad la noche de las urnas, dos millones y medio de votos se le fueron a los Populares, en su mayoría, a Ciudadanos.
            Una vez más se ha hecho realidad el célebre “Síndrome de la Moncloa”, síndrome de los que, por falta de contacto con la calle, con la realidad fehaciente, se empeñan en ver el mundo de colores. Y luego llega el lunes y con él, el momento de rasgarse las vestiduras, cuando lo ocurrido era algo absolutamente previsible.
            Porque Rajoy y el Partido Popular no han hecho más que pagar sus fórmulas huecas, su falta de aprecio de la realidad saliendo a la calle, hablando con la gente y constatando el estado de desesperación de muchos parados y de gentes de clase media y baja; empeñados, él y su partido, en exhibir los grandes progresos en macroeconomía, cuando todos sabíamos que esos excelentes resultados no eran sino producto del tremendo esfuerzo de unos trabajadores sobreexplotados, y cuando hasta el más obtuso era consciente de que esos buenos resultados económicos en nada afectaban a los bolsillos de una población depauperada.
            Y he ahí el resultado: la mayoría de las grandes ciudades, donde de verdad se ha sufrido la crisis, en poder de esas plataformas que la señora Aguirre, absolutamente dislocada, se empeña en denominar “soviets”, en un intento de resucitar los miedos de antaño, esos mismos que se encargaba de exorcizar el militar de turno. Por suerte la Historia hace tiempo que se olvidó de estos expertos agoreros.
            En una palabra, se ha recogido lo que se ha sembrado: una separación absoluta del pueblo, una despreocupación notoria por lo social, una total falta de empatía con los débiles, un desprecio inaudito por todo aquello que no fuera economía, dinero, bancos, y, sobre todo, una falta de contundencia palpable con los múltiples corruptos que como setas surgieron de sus filas hasta alcanzar a individuos del carisma del antiguo vicepresidente económico Rodrigo Rato.
            Lo que pueda ocurrir de aquí a noviembre –fecha posible de las próximas elecciones generales– sólo podemos intuirlo. De momento, sin embargo, la estolidez del gallego, empeñado en un principio en negar la evidencia, ha dado un progresivo giro luego de que parte de sus barones anuncien su inminente abandono del barco. ¡Qué cruel es la política! Sobre todo cuando los que están arriba se empecinan en ser fieles al principio de “cuanto más alto, más solos y más necios”.

                                  Juan Bravo Castillo. Lunes, 1 de junio de 2015   

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