MOTIVOS DE ASOMBRO


                   
                     


            Mientras que por España siguen los escándalos cotidianos, los mítines tediosos y reiterativos, y las promesas que el viento se llevará; mientras que por Nepal el sufrimiento alcanza niveles difícilmente imaginables con una tierra que no deja de temblar, de aquí y de allá nos llegan noticias que nos dejan boquiabiertos y que demuestran que hay gente empeñada en ponerse el mundo por montera.
            Lo que el coronel Aureliano Buendía, por ejemplo, jamás pudo imaginar cuando se vio ante el pelotón de fusilamiento, es que un día, una mala bestia, reencarnación del Ubú rey de Alfred Jarry, Kim Jong-un, que en mala hora heredó el trono de su padre Kim Jong-il, llevaría su crueldad al punto de ejecutar a su ministro de Defensa, Hyon Yong-chol nada menos que con un cañón antiaéreo, cosa más que insólita, por el simple “delito” de haberse dormido el pobre hombre en un desfile militar.
         El suceso, acaecido el pasado miércoles, es un paso más en la lamentable trayectoria de este personaje que podríamos decir salido de una farsa, si no fuera porque la farsa tiene todo el cariz de una tragedia. Especialista en purgas, como toda dictadura que se precie, Kim Jong-un, ya ordenó, en 2013, la ejecución del número dos del régimen norcoreano, su tío Jong Song-thaek, también acusado de traición. Y uno no puede por menos de sentirse aliviado de vivir en esta democracia a la española porque al menos tiene la libertad de denunciar estas barbaries sin que te pongan ante un cañón antiaéreo, invento con el que el presidente norcoreano da un paso más en el guiness de la tortura y el ensañamiento justo cuando celebrábamos el setenta aniversario del final de Austwitz, Treblinka y demás atrocidades nazis.
          Y en tanto que uno se echa las manos a la cabeza, incapaz de entender cómo un gobernante alcanza tales cotas de crueldad con sus súbditos, otra noticia, bastante distinta, como es el montante alcanzado por la puja de un cuadro, te deja igualmente estupefacto, al ser incapaz de comprender qué clase de solipsismo puede llevar a un ser humano a invertir nada menos que 160 millones de euros por Les femmes d´Alger, por mucho que su autor sea el celebérrimo Pablo Ruiz Picasso.
          El problema, el gran problema, de que el 95% de los bienes del planeta esté en manos de un 5% de opulentos, no es simplemente lo que de injusto entraña tan brutal desproporción, sino que muchos, muchísimos, de ese porcentaje de privilegiados no se conforman, quieren más, viven pendientes únicamente de su codicia y avaricia, por más que vean el mundo desmoronarse a su alrededor. “Que se hunda Roma en el Tíber”, decía Marco Antonio perfectamente instalado en el mullido lecho de Cleopatra cuando unos cuantos generales le instaron a volver a su tierra, “aquí está mi reino”.
         Si Picasso, y, mucho más aún, Vincent van Gogh y Paul Gauguin, que tantas y tantas penurias pasaron en vida para crear su ingente obra, levantaran la cabeza y vieran que sus cuadros se han convertido en refugio de dinero negro de mercaderes, traficantes de droga y ladrones de guante fino y cuello blanco, seguro que se avergonzarían y hasta puede que les prendieran fuego. Lo que podría haber hecho el adjudicatario de la obra del malagueño con esa cantidad ingente de euros o dólares; la de tragedias que podría haber paliado. Pero el problema es que son como la rana que se comió al buey de la fábula.

                                Lunes, 18 de mayo de 2015. Juan Bravo Castillo          

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