RECOBRAR LA ÉTICA


            Los estragos ocasionados por los años dorados de vacas gordas demuestran que nunca se puede bajar la guardia. Cuando creímos tocar el cielo, de repente nos dimos cuenta de que nos habíamos quedado sin referentes, víctimas en medio de un mar de dudas, sin creer en nada ni en nadie, desconfiando de todo y de todos. El escepticismo, por no decir el nihilismo, se ha adueñado de gran parte de nuestros compatriotas.
            Individuos como Bárcenas, Pujol, Undargarín o Blesa han hecho tal daño al tejido social, que no hay forma de recomponerlo. Tanto más cuanto que, excepción hecha de Bárcenas, los demás siguen campando por sus respetos, con un cinismo que aterra. Qué decir de aquellos tiempos en que había dignidad, y, perdida ésta de forma irremediable, la gente se pegaba un tiro, se quitaba de en medio o se metía en un convento…
            Ahora no, por la sencilla razón de que estos mangantes saben 1º, que no hay que restituir para obtener el perdón; 2º, que en la cárcel, con pasta, incluso se vive bien; y 3º, que siempre queda el recurso de resarcirse, al salir después de unos cuantos años de reclusión, y pasar una esplendida vejez con los millones a buen recaudo en los paraísos fiscales.
            La justicia, para los ricos –todos lo sabemos–, cuando existe, es un poco en broma, porque no hay justicia que se precie de tal y que no exija restituir para empezar a negociar el perdón. La decencia se ha derrumbado como un castillo de naipes por falta de ejemplo de los que tenían el sagrado deber de administrarla. ¿Qué se puede esperar de una familia cuyo responsable se dedica a malgastar el peculio?
            El referente ético empezó a derrumbarse con Solchaga, González y los que hicieron del dinero el becerro de oro, contribuyendo a que el país acabara estallando como la rana que se comió al buey. Hoy no hay muchas salidas para la gente honesta, para los justos: estamos como en tiempos de Noe. Lamentablemente, son muchos los que presumen de pretender cambiar el mundo; poquísimos, sin embargo, los que aspiran a cambiar la vida, esa misma que el gran poeta Rimbaud decía que estaba ausente.
            Hoy más que nunca nos hace falta un Camus, un hombre, por encima de todo, decente, comprometido, responsable, auténtico, un hombre ejemplar y ejemplarizante, un hombre modélico. Los grandes de España, los políticos que se aprovecharon de la democracia para forrarse de un modo o de otro, huelen a naftalina, a carne de presidio. El dinero ha ganado la batalla, y el que no está bien provisto, por muchos títulos académicos que ostente, por mucha honradez y decencia que exhiba, por mucha trayectoria ejemplar que muestre, sabe bien que no tiene nada que hacer ante quienes a diario se encargan de humillarlo.
            Porque no nos engañemos, o cambiamos el sistema o, al final, la batalla definitiva la ganarán los hijos de Pujol, los corruptos de Marbella, los que saquearon a manos llenas el patrimonio de los españoles, los ladrones de guante blanco. Como profesor universitario, confieso que hasta me coarta decir a los alumnos que estudien y sean honrados y ejemplares. Me arriesgo a servir de motivo de mofa por una sociedad en la que lo único que se puede hacer es remar contracorriente.

                                                   Juan Bravo Castillo. Lunes, 20 de octubre 

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