GUERRA DE TRINCHERAS

         
                     
            En medio de un hastío creciente, el proceso soberanista catalán, objetivo primordial por no decir único, del gobierno de Artur Mas, avanza inexorable hacia el choque de trenes. Uno tiene la impresión de que los independentistas, con el apoyo de los ingenuos idealistas que únicamente piden libertad para expresarse, lo tienen todo preparado y medido, hasta la suspensión cautelar de la consulta del Tribunal Constitucional.
            Cumplimentado ya su papel, y con el miedo metido en las entrañas, el presidente de la Generalitat, trata de pasarle la patata caliente a Ezquerra, cuyo líder, Oriol Junqueras, con quien debe de soñar cada noche, sigue instándole a declararse en rebeldía, mientras él, eterno Hamlet, sigue fiel a su política de ambigüedades que tantos réditos le ha dado hasta ahora, haciendo como que acata la ley, pero, al mismo tiempo tensando la cuerda, firmando el decreto de creación de los responsables de la consulta y atizando por debajo de cuerda la calle. Hoy, en el momento de escribir este artículo, eran los estudiantes universitarios, mañana sólo ellos y Dios lo saben.
            Como siempre, las acusaciones son las mismas: todo lo que huele a español, incluyendo el Tribunal Constitucional, está contaminado, politizado, utilizado por el gobierno de Madrid, desde el momento en que no les da la razón. Un doble juego perenne de victimismo que se hace ya insoportable, pero que resulta enormemente rentable para los nacionalistas.
            Ahora, al consabido eslogan de que “España nos roba” y demás insensateces, fruto del progresivo distanciamiento entre dos comunidades hermanas durante siglos, ya en plena campaña el “todo vale”, viene a añadirse la tesis de que este empecinamiento de los españoles en seguir “sojuzgando” a Cataluña, impidiéndoles realizar su sueño de “libertad” –recordemos a la cabrita de Monsieur Seguin–, es prueba evidente de que lo que arteramente vienen anunciado sus líderes es cierto: o sea, que sin ellos nos hundiríamos, de que los necesitamos como el parásito necesita a su víctima, y, en una palabra, que España, efectivamente, les roba y de ahí esa resistencia numantina para impedirles votar.
            Cuando un órdago alcanza esas dimensiones, es para echarse a temblar. Insisto, Junqueras y los suyos lo tienen todo, absolutamente todo, previsto, y todo juega a su favor, incluidas las mordidas sistemáticas de Jordi Pujol y sus pupilos, más propias de un país bananero que de una democracia seria, y que tanto daño van a hacer a Convergència en los próximos comicios. A ello se une la indolencia y el tancredismo del gobierno de Rajoy, que una y otra vez les permite tener preparada la réplica y la contrarréplica, yendo continuamente por delante de Madrid, e incluso me atrevería a decir que, cuando éste va, ellos ya vienen perfectamente pertrechados. La única carta a favor de Rajoy es la prisa de Esquerra, que, haíta de satisfacción,  pretende jugárselo todo a una carta, lanzar un órdago a la grande, y para ello no duda en empujar al vacío una y otra vez a Mas, al que lo único que falta es desempeñar su papel de mártir de la causa. ¿Hasta cuándo? Porque aquí lo que de verdad se vislumbra como una tempestad es el fantasma del Estado Catalán declarado unilateralmente. Ante esa inminencia sólo cabe preguntarse qué cartas tendrá Rajoy preparadas para contrarrestar ese jaque mate.


                                    Juan Bravo Castillo. Lunes, 6 de octubre de 2014 

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