ENTRE LA ESPADA Y LA PARED
El
rostro del Ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, durante estos últimos
días es todo un poema, como el de Iker Casillas. Él solito se metió –o lo
metieron– en un jardín, y ahora paga, y de qué modo, las consecuencias. Con el
fin de complacer y atraerse al ala ultracatólica, Rajoy introdujo en su
programa la reforma de la Ley del Aborto de Zapatero como uno de los proyectos
estrella de su legislatura. Este proyecto se le encomendó al ex alcalde de
Madrid, que lo acogió con el entusiasmo del neófito que tanto asombró a propios
y extraños, máxime habida cuenta de que muchos lo tenían por un tipo
francamente progresista.
Durante
largos meses, Gallardón tuvo que soportar las sucesivas andanadas no sólo de
los partidos de izquierdas, sino también las de personalidades de su propio
partido –Celia Villalobos, Monago, Feijóo, etc.–, ataques que él afrontó con
una energía desbordante, de tal modo que nos hizo pensar que había algo
personal en tan descarada implicación.
Ahora,
con la salida de Rouco Varela y el informe Arriola, que pone sobre aviso a
Rajoy de lo delicado de la situación de cara a los próximos comicios
autonómicos, el Partido Popular, para quien todo es cuestión de votos, visto lo
visto y una vez hechos los números pertinentes, mete el proyecto de ley en el
cajón en espera de tiempos más propicios, dejando a Gallardón con cara de póker
y abocado a dimitir o a quedar más que en ridículo en vista de su triste papel.
De
nada le va a servir el anuncio de los diversos colectivos provida, como el Foro
de la Familia, que han dado de plazo a los “populares” hasta el próximo 30 de
septiembre para que salga a la luz el proyecto, so pena de iniciar una campaña
para que no se vote al PP en los próximos comicios. Los números, insisto, están hechos, y son más votos los que el PP perdería de seguir adelante con su
proyecto de ley que los que puedan conllevar el desaire a esa parte de su
electorado integrista.
Así
es la vida de los políticos. Se les llena la boca de palabras, de razones, de
argumentos, a favor de causas nobles, cuando la realidad es que, para ellos, la
única religión es la de los votos. Lo demás, apenas cuenta, ni siquiera la
hueca retórica de Gallardón que, tras la polvareda levantada por le retirada
del anteproyecto, para salvar su imagen, el pasado martes, en un arranque
retórico de los suyos, se proclamaba “defensor de las libertades de las
mujeres”, cuando, en su “abortada ley”,
las obligaba a concebir estuviesen o no dispuestas a hacerlo.
Por
lo demás, ya es hora de que, de una vez por todas, nuestra clase política
empiece a pensar que, en un Estado moderno, hay asuntos fundamentales
–educación, sanidad, modelo de Estado, etc.– que no se pueden dejar al arbitrio
exclusivo del Partido dominante, de tal manera que, cuando se dé la vuelta a la
tortilla, lo hecho anteriormente el nuevo inquilino de la Moncloa lo tache de
un plumazo. Los resultados están a la vista, en especial en materia educativa,
donde, entre unos y otros, izquierda y derecha, España figura a la cola de
Europa y con muy escasas esperanzas de elevar el vuelo, como si estuviéramos
condenados a vivir con esas grandes lacras que son el fracaso escolar o la
mediocridad universitaria.
Juan Bravo
Castillo. Lunes, 22 de septiembre de 2014
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