EL FINAL DE UN SUEÑO GLORIOSO


            El pasado martes, viendo las lágrimas de un pueblo destrozado por algo en apariencia fútil –aunque ésa es otra cuestión–, me vinieron a las mientes las palabras de la madre de Boabdil a su hijo: “Llora como una mujer lo que no supiste defender como un hombre”. Brasil, un país escindido, presa de su opio ancestral, el fútbol, había puesto todas sus esperanzas, como nosotros la pusimos en 1982, en su “Mundial”. Pero, ni los más pesimistas se podían imaginar que iban a caer de ese modo víctimas de los “panzers” alemanes, esos mismos de los que dio buena cuenta el Real Madrid, poco antes, la noche de Munich. Lo que pretendía ser un sueño glorioso, se tornó en pesadilla y las lágrimas y la frustración lo invadieron todo.
            Dicen que “mal de muchos…”, y cierto que tan dura debacle nos ayudó a digerir nuestra amarga derrota, el final de nuestro propio sueño glorioso, en una primera fase de un campeonato del mundo cuya amargura borró con creces seis años de triunfos inauditos que nos pusieron de golpe y porrazo en la cima de la gloria de un deporte que lo es casi todo en el mundo de hoy, querámoslo o no.
            Ellos, los brasileños, aunque apabullados y humillados, llegaron al menos a semifinales; lo nuestro ha sido penoso desde el momento en que el marqués de Del Bosque dejó de ser entrenador y pasó a ser padrazo de un grupo desunido y descabalgado, algo impensable en tiempos de Pujol. En la vida, y en el deporte, se puede caer, siempre se puede caer, es algo qué duda cabe humano, pero hasta en esos momentos hay que mantener la clase, el espíritu y la dignidad, y lo de España, reconozcámoslo, fue una indignidad. El prestigio se tarda años, décadas e incluso siglos, en lograr, pero se puede perder en dos horas, y a fe que eso es lo que le pasó a España  en este campeonato que hoy acaba sin pena ni gloria y donde una vez más probablemente se haga realidad el viejo dicho de que “El fútbol es un deporte que inventaron los ingleses y en el que siempre ganan los alemanes…, salvo cuando se le cruzó la selección de los Casillas, Iniestas, Pujoles, etc.”.
            ¡Qué pena que Luis Aragonés, el ideador del invento, no estuviera! ¿Qué hubiera dicho el “sabio de Hortaleza” viendo este “engendro” desnaturalizado, del que ninguno de sus miembros ha tenido la suficiente decencia como para dar una explicación, una al menos, a esos millones de aficionados, muchos de ellos chavales y chavalas que, con sus banderas y atuendos patrios se las prometían tan felices? Fue una caída brutal: el final de un sueño glorioso y el inicio de una pesadilla en la que a duras penas podíamos creer.
            Partir de cero es la única solución. En el fútbol, como en la vida misma, jamás se debe bajar la guardia si no quieres que el de enfrente te parta la cara, y está claro que en nuestra selección había futbolistas que estaban convencidos de que podrían ganar sin tener que bajar del autobús. Los brasileiros lloraron, pero nosotros ni siquiera tuvimos tiempo de llorar, tal fue el grado de estupor al contemplar lo que contemplamos, algo de lo que nuestros ojos no podían dar crédito. Recordar este fracaso puede que nos ayude moralmente a salir del pozo en que estamos metidos hasta la médula. Es posible que, acabado el sueño de “la roja”, podamos gestar otro sueño más importante que es el de nuestra regeneración como país económica y moralmente hundido.


                                       Juan Bravo Castillo. Domingo, 13 de julio de 2014

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