¿VOTAR POR VOTAR?




            “A mí lo que me interesa es ganar las elecciones”, replicaba ayer Arias Cañete, un tanto malhumorado, a una pregunta de uno de esos reporteros mordaces de la Sexta. Y llevaba razón. Un político que se precie debe, ante todo, salir a ganar, cueste lo que cueste. Lo demás son menudencias. Pero ¿y a nosotros, ciudadanos de a pie?, ¿qué nos interesa de una Europa que lo único que exige de nosotros son sacrificios, nuevos recortes, cuando andamos a la cola de Europa en condiciones laborales y en tantas cosas más?
            No me gustaría, lo reconozco, estar en la piel de uno de esos aspirantes, del partido que sea, que aspiran a sentar plaza en el Parlamento Europeo. Europa, esa Europa que nos venden, está empezando a no interesar. Europa, esa Europa que nos venden, nos ha hecho retroceder diez años en cuatro, todo un récord. Europa, esa Europa que nos venden, nos ha hecho perder una autoestima que a duras penas nos habíamos ganado. Europa, esa Europa que nos venden, y que parecía iba a ser la panacea, no pasa de ser una entelequia económica, una forma de control de Alemania y sus satélites sobre los países del Sur. ¿Qué dirán, pues, a su electorado?
            Sinceramente, decir lo que dice el Partido Popular como lema de su campaña –“En la buena dirección”–, no pasa de ser un sofisma. Hoy por hoy, ser parlamentario europeo tan sólo es una buena solución para los que aspiran a un porvenir seguro y solvente, o para quienes, como el propio Cañete o Luis de Guindos, aspiran a encaramarse a una de esas insignes poltronas de las que luego, como ocurre con Magdalena Álvarez, no habrá forma de descabalgarlos.
            La campaña recién iniciada me parece un auténtico espejismo, y nada extraño que más de la mitad de los virtuales votantes nos quedemos en casa o vayamos, por pura curiosidad, a votar a algún que otro francotirador. En tanto que los burócratas de la Unión Europea sigan postergando los viejos valores de un Continente que, para bien o para mal, construyó el mundo, aun cuando, por culpa de sus odios irredentos, permitiera que, tras la Segunda Guerra Mundial, cayéramos en manos de Estados Unidos y de Rusia; en tanto que la Unión Europea siga secuestrada por el poder económico del BCE, la Unión Monetaria Internacional o la señora Merkel; en tanto que la Unión Europea siga siendo una segadora de ilusiones, mansa con los Estados Unidos, y dura e implacable con los países del Sur, ¿a qué esta parodia de elegir un macroparlamento de casi mil diputados con suculentos honorarios, espléndidas dietas y demás estipendios y gratificaciones?
            Cañete sólo se conforma con ganar las elecciones para así sentar cátedra de cara al futuro. Elena Valenciano aspira únicamente a hacer una faena de aliño, en un intento, esperemos que no vano, de indicar a la militancia socialista el sendero de la recuperación. UPyD e IU se marcan como objetivo seguir zapando el bipartidismo, arañando votos a los descontentos de aquí y de allá. Alejo Vidal-Quadras y algún otro espontáneo se conforman con agarrarse a un tren que parece irremisiblemente perdido para ellos. Y así sucesivamente. Pero ¿quién, de verdad, será capaz de ponerse en la piel del ciudadano que empieza a ver en la Unión Europea una pesada losa que nos impide salir del túnel y que día a día nos obliga a ceder parte de nuestra soberanía nacional?
            ¿Euroescépico? Quizás. ¿Pero qué otra alternativa puede quedar para quienes no nos conformamos con puras abstracciones y exigimos más Europa en vez de esta orgía mercaderil en que se ha convertido el Viejo Continente?

                         Juan Bravo Castillo. Domingo, 11 de mayo de 2014


            

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