LAICISMO Y LIBERTAD



            Recién aprobada la ley Wert, todos sabemos que nace condenada a ser suplantada por otra de signo contrario en cuanto se instale en Moncloa un Gobierno de izquierdas. La eterna cantinela. Parece mentira tanta ineptitud, tanta incoherencia y tanta inquina a la hora de legislar. Lo que venimos viendo en España desde Villar Palasí es una serie de dislates que nos han llevado al borde del abismo y, por supuesto, a avergonzarnos de estar donde estamos.
            Generación tras generación hemos venido soportando el lastre ideológico que es lo que ha venido zapando los diferentes planes educativos. Si el primer Gobierno de Felipe González hubiera puesto a la Iglesia en su sitio haciendo valer el viejo dicho de “Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, otro gallo nos hubiera cantado. Pero no. Siempre el miedo a no incurrir en el mismo escollo de la Segunda República. Y aquí tenemos de nuevo la asignatura de Religión encumbrada para vergüenza de quienes, aun creyentes, somos plenamente partidarios de una laicidad estricta en materia educativa, dejando que cada alumno o alumna vaya a formarse, o no, a su respectiva iglesia después de salir de la escuela o el instituto.
            Por eso no podemos menos de sentir una sana envidia cuando vemos la declaración de principios, derechos y deberes republicanos que el Gobierno francés acaba de promulgar con el nombre de Carta del Laicismo, compuesta por 15 “mandamientos”, que desde primeros de septiembre aparece en lugar bien visible en las 55.000 escuelas públicas francesas. Carta  que figura entre el lema de la República –Libertad, Igualdad, Fraternidad– y la solemne Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Tal es la gran novedad que aporta la ambiciosa reforma educativa impulsada por François Hollande y elaborada por el ministro de Educación Vincent Peillon que fuera aprobada el pasado 8 de julio.
            Es evidente que lo que separa, por encima de todo, a Francia de España es la huella de la Ilustración –en especial la de Montesquieu, Voltaire y Rousseau– que en España apenas tuvo tiempo de cuajar en los años de gobierno de Carlos III y que terminaría lamentablemente con un Goya muerto en su exilio bordelés. De los polvos de Fernando VII proceden estos lodos, perfectamente amasados por la dictadura franquista.
            Basta leer el contenido de los 15 “mandamientos” del laicismo para sentir la sana envidia de quien tiene la plena certeza de lo fácil que podría haber sido hacer las cosas con un poco de lógica, en vez de tolerar que el espíritu inquisitorial siguiera campando por sus respetos hasta nuestros días en este hermoso país llamado España.
            El laicismo, como muy bien explica el ministro Peillon, “es lo que permite a cada uno construir su propia libertad respetando la de los demás”. De los 15 “mandamientos”, los hay fundamentales, empezando por el primero que taxativamente declara que “Francia es una República indivisible, laica, democrática y social que respeta todas las creencias”. Una República laica que organiza la separación entre religión y Estado, con un laicismo que garantiza la libertad de conciencia. Cuenta para ello con la neutralidad de los profesores, encargados de transmitir a los alumnos el sentido y los valores del laicismo. Por supuesto, en ese contexto, nadie puede rechazar las reglas de la escuela de la República invocando su pertenencia religiosa.
            Un ideario del que estamos a años luz, cuando tan avanzados andamos en otras materias y ámbitos, como en el del matrimonio homosexual y en otros, como en el del aborto, del que el ministro Gallardón está dando cumplida cuenta.

                                  Juan Bravo Castillo. Domingo, 13 de octubre de 2013

    

   

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