UN MUNDO EN FRANCA DESCOMPOSICIÓN

 
                           

 

            La actual ausencia de liderazgos, unida a la proliferación de burócratas de vuelo gallináceo en las cancillerías, es la causa principal de un proceso claramente perceptible de descomposición que, partiendo de Europa y los Estados Unidos, empieza a hacerse palpable incluso en los países llamados emergentes. Lo que antaño eran procesos integradores que, con sus defectos, tendían al progreso de las naciones, hace tiempo que adquirieron un signo contrario cuyo denominador común es la desestabilización.
            Incluso entidades tan consolidadas como la Unión Europea, cuyo modelo expansivo parecía dar cabida a países antaño enfrentados y con un historial abrumador de guerras y muertos a sus espaldas, hoy se han erigido en un auténtico ente canceroso generador de metástasis de toda índole. En el centro de esta lamentable situación, como muy bien afirma Rafael Poch, corresponsal en Berlín de La Vanguardia, está Alemania. Con un discurso moral que eludió toda responsabilidad en el fregado económico y financiero y negándose a una política solidaria, Berlín abrió hace tres años una peligrosa y desintegradora caja de Pandora, cuyo lema político era la austeridad por encima de todo, y sin tener en cuenta –o teniéndola, que es aún peor– lo que ello supondría de sufrimiento, dolor y retroceso para los países del sur de Europa, entre los que nos encontramos.
            Es tal la situación, que el citado corresponsal no duda en comparar la burocracia de Bruselas y la de Frankfurt –responsables directos de esta masacre– a aquella del Gosplán moscovita que, sin querer, se cargó la Unión Soviética, con la particularidad de que, en tanto que la burocracia de Moscú era ideológicamente cínica, la que se ha instalado en Europa es declaradamente fanática en la defensa de su austericidio.
            Lo terrible es que, lo que en un principio se creyó que era una crisis más, de la que con un poco de sacrificio y paciencia se saldría, a nadie se le oculta hoy que es una involución de muy largo recorrido que puede llevar a Grecia, España, Portugal, Italia, y ya veremos si a Francia, a niveles de los años setenta del pasado siglo: un auténtico desastre.
            Nada extraño la revuelta social que día a día se palpa en el ambiente, en especial desde el momento en que hace poco más de un mes, el 14 de noviembre, cuarenta sindicatos en 23 países participaran en una “Jornada de acción y solidaridad” sin precedentes. Aquello, qué duda cabe, fue el inicio de algo que se está generando en el Continente, decepcionada la ciudadanía de cómo la política –la gran política– se ha rendido ante los gerifaltes del poder económico y financiero que ya campan por sus respetos, dispuestos a acabar con el estado de bienestar que tanto había costado erigir.
            Todo lo que ocurra de aquí a un tiempo a nadie con dos dedos de frente puede extrañar, desde los neonazis que afloran en Atenas, a las campañas antigitanas y antijudías en Hungría o en la Francia del Frente Nacional, pasando por el asomo de Berlusconi a la escena política, dispuesto a capitalizar lo más impresentable de este desbarajuste; porque, ¿qué otra cosa, si no, puede surgir de un mundo donde la marginación crece por días, la pobreza se acrecienta –paralelamente a la extrema riqueza– a marchas forzadas, hundiéndose la clase media, las diferencias sociales se disparan; donde cada vez son más los parados con cuarenta y cincuenta años con escasas posibilidades de encontrar un puesto de trabajo y donde toda una generación, la de nuestros hijos, languidece en las aulas y en las calles sin un futuro digno. Es posible que a la señora Merkel le aplaudan a rabiar sus seguidores, pero, no sé cómo se las arreglan estos germanos, para sacar cada equis tiempo el monstruo a pasear y poner al Continente en cuarentena. ¿Quién los parará esta vez?

                                     Juan Bravo Castillo. Domingo, 16 de diciembre de 2012

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