QUE CUNDA EL EJEMPLO


 

            El escándalo de Gerardo Díaz Ferrán, ex presidente de la Federación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE), a nadie medianamente informado le ha pillado de sorpresa, hasta el punto que eran muchos los que se atrevían a decir que se veía venir.
            Burdo como él solo, por más que tuviera como referente a Cuevas, Díaz Ferrán, como su socio Gonzalo Pascual –que, por suerte para él, dejó este atribulado mundo el 7 de julio de este año–, hace tiempo que sobrepasaron la línea roja de la decencia, convirtiéndose en un paradigma de inmoralidad y delincuencia de guante blanco en una época en que, como muy bien decía el rey Juan Carlos en su mensaje de Navidad el pasado diciembre, la ejemplaridad se hace imprescindible para que el pueblo español no se venga del todo abajo.
            La tosquedad de este individuo, antaño todopoderoso, le llevó, al ver que el Grupo Marsans se desplomaba, a llevar a cabo un deliberado, sistemático, doloso y perfectamente planificado –eso al menos le parecía a él– proceso de alzamiento y ocultación apresurada de sus cuantiosos bienes personales. Y así, el 9 de junio de 2010, 15 días antes de que Viajes Marsans entrara en concurso de acreedores, Pascual y Díaz Ferrán comenzaban a desprenderse a marchas forzadas de su patrimonio empresarial a favor de Posibilitum Business –hay que ver qué nombres se inventa la delincuencia para adquirir visos de decencia–, una empresa de un tal Ángel de Cabo –antiguo fontanero, tipo sin escrúpulos y amante de los buenos habanos–, constituida en febrero de 2009 sin bienes inscritos a su nombre, con un capital social de 60.000 euros y sin ninguna experiencia en el sector. De hecho, su objetivo social era “el comercio de animales domésticos y, en su caso, exóticos”, según el informe de la administración concursal.
            Díaz Ferrán, como quien no quiere la cosa, tan sólo un día antes de suspender pagos y dejar en la calle a miles de empleados y acreedores, vendió a Cabo no sólo sus activos insolventes, sino también su valioso patrimonio por el ridículo precio de 3.060 euros, y se quedó tan pancho, como hermanita de la caridad. Convencido de su inviolabilidad, dejó hacer a Cabo Sanz, el “liquidador” y, como quedó de manifiesto en el programa de Antena 3, “Equipo de Investigación” de hace unos meses, se permitió, en otro error de bulto, aconsejar a su buen amigo José María Ruiz Mateos, ponerse en manos de este gángster, alardeando de que le había salvado todo su patrimonio, incluido el Rolls Royce y el yate. Esa falta de discreción dio alas a la Brigada de Blanqueo, que ha terminado destapando esta enorme bolsa de fraude que ha dado con los huesos de Díaz Ferrán y Ángel de Cabo, junto a otros siete detenidos más, en el trullo, para satisfacción de los que exigimos que este país quede limpio de “chorizos”.
            Me comentaba mi amigo Antonio Cebrián, sufrido empresario él, que para el empresariado español esto había sido un palo en todo punto comparable al que Urdangarín había asestado a la Monarquía. Puede que lleve razón. Pero, de lo que no cabe la menor duda es que el caso de estos dos mafiosos no puede ocultar la terrible realidad de que ellos no son sino la punta de un enorme iceberg de defraudadores y timadores de guante blanco, que ocultan sus vergüenzas bajo curiosas y muy variopintas denominaciones empresariales, siempre con las espaldas bien cubiertas en paraísos fiscales. No nos podemos conformar con que estos cabezas de turco duerman en Soto del Real por orden del juez Eloy Velasco, hay que seguir ahondando y sacando la podredumbre a la luz para de ese modo subir la moral, hoy día hecha añicos, de los millones de ciudadanos que cumplimos religiosamente nuestras obligaciones con el fisco.

                                          Juan Bravo Castillo. Domingo, 9 de diciembre de 2012    

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