PAIN OF SPAIN



Las declaraciones del tenista Noah, del ciclista Hinault y de los teleñecos del Canal Plus galo están causando un daño irreparable. 

No está las cosas para florituras, pero está claro que el prestigio de lo español se nos va de las manos. Durante los últimos meses hemos tenido que vernos incluidos entre los países pigs junto a Grecia, Portugal e Italia, con un desprecio absoluto por parte de los países calvinistas con la colaboración interesada de Sarkozy, que en breve pagará su patético papel de bufón de la señora Merkel, dos auténticos muñecos de guiñol, y no los honorables deportistas españoles, objeto del escarnio de Canal Plus Galo.
Y, si faltaba algo para completar la campaña organizada por el citado Canal, tres «jueces» –un alemán, un judío y un suizo–, haciendo uso de una arbitrariedad inusitada, condenaban a la máxima pena a un ciclista español, Alberto Contador, que ya se veía atacado por todos los frentes, en especial por nuestros vecinos galos, incapaces de soportar por más tiempo su vanidad herida con respecto al vecino del sur. Las declaraciones del tenista Noah, las del ciclista Hinault, las de los teleñecos del Canal Plus –ridiculiza y vencerás– están causando un daño irreparable. Me contaba mi hija la risa sarcástica de sus alumnos de la Universidad de Estrasburgo cuando el martes salía el nombre de Alberto Contador. ¡Qué lástima que no se le ocurriera aquello del «canallas, canallas, canallas» de Julien Sorel en El rojo y en negro!
Ni por un momento se les ha pasado por la cabeza a quienes sin pruebas lo ha condenado, que Alberto Contador podría ser inocente del diabólico y kafkiano entramado en que se ha visto envuelto y que amenaza con arruinar su vida y sus ahorros ganados a fuerza de sudor y lágrimas. Y es que, aun reconociendo que lo del juez Garzón es abyecto, duro y miserable, la tropelía que acaba de soportar nuestro campeón ciclista –que paga, como Jesucristo, la inquina ajena–, víctima de una banda de burócratas sospechosos y sin escrúpulos, no tiene parangón.
Siempre lamenté que aquel día de julio de 2009 en que, en la cumbre del Tourmalet, con el Tour ya en el bolsillo, Contador permitió generosamente a Andy Shleck que ganara la etapa, cuando Sarkozy, testigo excepcional de la etapa, al entregarle el trofeo correspondiente, preguntara al de Pinto cómo se las ingeniaban los españoles para ganar en todos los deportes, éste no le hubiera respondido: «Señor presidente, es que ahora comemos, en tanto que en los duros años de la posguerra, nuestros padres comían con la cartilla de racionamiento por culpa de todos los que como ustedes, los franceses, nos condenaron a vivir 40 años de dictadura, mientras ustedes gozaban a manos llenas del Plan Marshall». 
Así se escribe la historia. Es evidente que el haberse enfrentado al soberbio Armstrong, sospechoso ganador de siete tours, acarreó a Contador numerosos enemigos que, como a Garzón, lo estaban esperando, y buena prueba es el ensañamiento brutal del que ha sido objeto sin las imprescindibles pruebas. De haber vivido Samaranch, este atropello no se habría producido. Condenar a un ser humano a la máxima pena por un simple indicio que no se puede probar y que científicamente cae por su peso es puro ensañamiento, encarnizamiento y vendetta. Por eso hace muy bien Alberto poniendo su honorabilidad en manos del Tribunal Federal de Suiza, su única esperanza, por más que poco se puede esperar de un pueblo que, como dice Orson Welles en El Tercer hombre, en cinco siglos de paz lo único que haya logrado inventar es el reloj de cuco. 
Yo, como Óscar Pereiro, lo habría mandado todo a hacer puñetas, pero es justo, reconozcámoslo, en estas ocasiones cuando, sobreponiéndose a las adversidades, surge el héroe, y héroes son, no lo dudemos, Alberto Contador y el juez Garzón.    

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