LOS QUE SIEMPRE PAGAN



                                          
Convertir la varita mágica en vara de varear las corvas de los de siempre, es una pura decepción.

            Cuando uno era joven, e iluso, no desesperaba de que llegara un día en que asistiríamos a una revolución en los comportamientos de los Gobiernos: ver pagar a los ricos en proporción directa a su riqueza, lucha a muerte contra la corruptela, que es como la gangrena de los regímenes, respeto a las rentas del trabajo conseguidas con el sudor de tu frente. De viejo, uno acaba por perder la esperanza, harto de asistir invariablemente a la misma comedieta de Ponza: un Estado conservador, aunque se llame progresista, cobarde, incapaz de combatir a los especuladores, a los todopoderosos, a los latifundistas, a los agiotistas, a los tramposos, a los bergantes, truhanes y granujas de guante blanco. La lista sería infinita.
            Hace no más de un mes, don Mariano Rajoy, con un perfil perfectamente estudiado de hombre lógico, cabal, prudente y reflexivo, prometía a los españoles transparencia, equidad y ejemplaridad. Pero, hete aquí que, a las primeras de cambio, alegando lo que era una evidencia, es decir, que la economía iba rematadamente mal, arremetía contra los de siempre, como si no hubiera otros caladeros donde pescar.
            Exigir por real decreto, como hizo Zapatero, y como ahora hace él, que la clase media pague los calamitosos errores de esos “gestores” y políticos depravados e irresponsables, que han desaparecido como por ensalmo, o que incluso se han blindado en el Parlamento, me parece de una crueldad fuera de lo común. Exigir a la clase media que se encargue de solucionar esta ruina, apretándose el cinturón hasta echar la lengua fuera, cuando no tiene ninguna responsabilidad en lo sucedido, y viendo cómo los auténticos responsables siguen manteniendo sus fortunas y sus cabezas incólumes, no tiene mucha lógica.
            Convertir la varita mágica con la que Rajoy se presentó ante la ciudadanía harta de las veleidades de Zapatero, en vara de varear las corvas de los de siempre, es una pura decepción, por más retórica y cuentos chinos que le echen, máxime cuando seguimos viendo cómo los grandes hacendados, latifundistas y todos esos “tiburones” que se mueven al margen de la ley campan por sus respetos, riéndose a carcajadas de la brutal crisis, que, para ellos, es, cada vez más, gloria bendita –véanse, si no, las estadísticas de las ventas de coches de lujo, de joyas, productos suntuarios y mansiones ostentosas.
            Empezar congelando ya no sólo los salarios de los funcionarios –que llevan perdido más del veinte por ciento de su poder adquisitivo en tres años–, sino hasta el miserable sueldo base de los trabajadores, subir impuestos y gabelas cuando se había prometido no hacerlo, e incluso someter durante dos años a una fortísima subida el IRPF de los que, para suerte suya y de los que cobran los subsidios, trabajan, es una auténtica temeridad.
            Y es que a nadie con dos dedos de frente se le oculta, salvo al señor Montoro, que apretar las clavijas de ese modo a quienes tienen un mínimo de poder adquisitivo produce el efecto boomerang, que, antes o después, se vuelve contra quien lo lanza, produciendo más paro, más desempleo. Es lo que vulgarmente se conoce como “pan para hoy y hambre para mañana”.
            Argumentar lo de los cien días como requisito imprescindible para juzgar la actuación de un Gobierno, sería de buena ley siempre y cuando no se empezara entrando cual elefante en cacharrería. Por fortuna y, en vista del escándalo montado, este jueves el Consejo de Ministros nos daba una pequeña tregua, anunciando, incluso, un plan para combatir esa terrible lacra que es la economía sumergida, culpable en grado sumo del endeudamiento brutal de España.

                                           Juan Bravo Castillo. Domingo, 8 de enero de 2012
                   

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