LA VIOLENCIA QUE NO CESA


            Justo en el momento en que VOX destapaba la caja de los truenos con el tan traído y llevado tema de la violencia machista, coincidiendo con las fiestas de Año Nuevo se producían una serie de incidentes cuyo común denominador es la brutalidad que no cesa en este país donde impera cada vez más la frustración, la violencia y los excesos, consecuencia de un problema educacional multiplicado por el uso indiscriminado del alcohol y de las drogas.
            De esos casos escandalosos, tan bien pregonados por los medios de comunicación, tan dados ellos a subrayar lo brutal y excesivo, llama poderosamente el suceso acaecido en el barrio del Carmen de Murcia, donde el pasado lunes 7 de enero la Policía Local detenía a un hombre como supuesto autor de la agresión de su esposa, a la que escondió dentro de un armario de la despensa, siendo testigo de los hechos su hijo de seis años. Los hechos ocurrieron a primera hora de la tarde, y los agentes acudieron al domicilio tras recibir varias llamadas de vecinos que alertaban de que se estaba produciendo una fuerte discusión. Al parecer, el individuo, un ciudadano marroquí de 29 años, reconoció la discusión, pero se resistió a la hora de permitirles la entrada a la vivienda, por lo que tuvo que ser esposado tras un forcejeo. 
            Lo que vio la policía lo vimos también nosotros: un espectáculo lastimoso. Por fortuna para ella, estaba viva, pero de qué manera. Envuelta en mantas y trapos, acurrucada como un animalillo herido, llena de magulladuras y cardenales, allí estaba la pobre víctima, escondida en un armario. Imaginamos la vergüenza de la mujer. Y, sobre todo, el miedo. Tanto que no se le ocurrió otra cosa que decir que los daños se los había infligido ella misma, todo con tal de exonerar a la mala bestia que se los había provocado (la eterna historia y el eterno debate). Por fortuna estaba la criatura, un niño de sólo seis años, que no dudó en incriminar a su padre. 
            El proceso habitual se repetirá y, como no la ha matado, el juez le aplicará el consiguiente alejamiento y el terror de esa madre, e incluso puede que también del hijo, se incremente hasta límites insospechados. Lo que le espera a ambos es un infierno, como el que a diario viven miles de mujeres, sabiendo que duermen con su enemigo, o que éste les ronda esperando el momento de saltar como un puma sobre ellas. Aquí, como ocurre con el terrorismo, lo peor no es ya el acto en sí, o sea el crimen (que ya lo es de por sí), sino ese pánico que poco a poco se adueña de la víctima, ese terror a las sombras, ese no sentirse jamás segura. 
            La gran mayoría de la población hemos sido educados en el respeto a la mujer, como a la propia madre, pero es evidente que la brutalidad imperante, promovida por una educación más que deficiente, un machismo bochornoso, y una televisión que exalta esa misma brutalidad y violencia, no hacen más que incrementar los excesos de todo tipo. Véase, si no, esa otra “manada” que acaba de darse a conocer en Callosa d´En Sarrià (Alicante), en una más que burda imitación de la de “Prenda y compañía”, vivitos y coleando en la calle por orden judicial mientras el Supremo se pronuncia. 
            Luchar contra esta lacra es tarea de todos, por más que los hay que insistan –y es cierto– que siempre ha existido, como vemos en el Viaje al fin de la noche,de Céline. El problema, repito, no es sólo el número incesante de víctimas, sino el estado de terror en que vive una mujer que da el paso y denuncia a su acosador, sobre todo cuando éste es un tipo, ya no sólo violento, sino también maquiavélico, que se complace en aterrorizar antes de dar el zarpazo definitivo. Ante semejantes alimañas, todos los medios son pocos. Pero no olvidemos algo esencial en este desdichado capítulo, como es la educación en la escuela, en la calle y en la familia.

                              Juan Bravo Castillo. Domingo, 13 de enero de 2018

Comentarios

Entradas populares de este blog

LA BRECHA SOCIAL

DIEZ AÑOS SIN BERNARDO GOIG

DESIGUALDADES Y POBREZA