MARTA ROVIRA (MADAME PROCÉS)

     
       

Oriol Junqueras, que sabe que, como a Moisés, hoy por hoy le está vedada la entrada en la Tierra Prometida, decía: “Va siendo hora de que una mujer esté al mando, una mujer con una determinación y un convencimiento inigualables, sensata y audaz, y, al mismo tiempo, tozuda y obstinada, pero también dialogante y pactista. Todos a su lado, no la dejemos nunca sola. República tiene nombre de mujer”. Que por piropos no quede, porque lo que de verdad sabe el núcleo catalanista es apoyarse a muerte, justo lo contrario que el bloque constitucionalista, con Ciudadanos y PSC a la greña, en el momento que tendrían que tener mayor cohesión y unidad.
            Escuchando, sin embargo, a Marta Rovira en la SER hace unos días, lo último que se podía decir es que fuera una dama dialogante o cuando menos pactante. Fue el clásico torbellino de mujer que habla y habla y no escucha, provocando el estupor de los contertulios. Acostumbrados a verla en segunda fila, siempre discreta y con cara de no haber roto un plato en su vida, de repente, tras el estallido independentista que llevó a parte del Gobierno catalán a la cárcel, mientras Puigdemont y otros cuatro consellers huían como alma que lleva el diablo a Bruselas, Marta Rovira irrumpía en la escena política, dando estopa por los codos y no parándose en barras a la hora de afirmar  tener pruebas de que el Gobierno de España amenazó a Govern destituido con “violencia extrema”, “armas de fuego contra la población” y “muertos en la calle” tras el referéndum secesionista del 1 de octubre.
            Reconozco que tanto cinismo en boca de mujer me movió a indagar en su pasado y, como no podía ser de otro modo, me encontré con un abuelo materno –el “avi Quico”–, alcalde franquista de Sant Pere de Torelló, y otro bisabuelo, por parte de padre, Jaume Rivera i Caps, elegido por los golpistas en febrero de 1939 como regidor de Prats de Lluçanes después de que las tropas franquistas llegaran allí. Una chica, por lo demás, encantadora, educada en el catalanismo profundo, bastante empollona, abogada con bastantes matrículas, aplicada, perfeccionista, discreta, tímida y terca según sus padres, “la nena del seny”, que incluso se atrevió a presentarse a unas oposiciones en el Tribunal Supremo, en febrero de 2003, en la que por suerte para Junqueras, se atascó con el Código Penal.
          Su carrera política se inició, como la de Gabriel Rufián, de la mano de Oriol Junqueras en 2008, y desde entonces Marta ocupó diversos cargos hasta acceder al Parlament en 2012. Desde entonces se erige en una de las más firmes impulsoras del procés, ejerciendo como portavoz de “Junts Pel Sí” en la cámara catalana hasta su disolución en aplicación del artículo 155 de la Constitución. Bautizada por algunos como la “pit bull” del independentismo, habría sido una de las personas que más presionó para que el ex president cesado, Carles Puigdemont, no diera marcha atrás en el último momento en que se barajaba un adelanto electoral en lugar de votar la Declaración Unilateral de Independencia (DUI).
            Un ejemplo perfecto, como el citado Rufián, de la deriva espectacular de una parte de la población catalana durante estos últimos veinte años, fruto de un largo e intenso adoctrinamiento catalán, hasta lograr que gran parte de la juventud de dicha comunidad (pensemos en el altísimo número de docentes independentistas en la universidad, institutos y escuelas) desconociera la geografía, la historia de España, por no hablar del pasado en común. De la ignorancia a la indiferencia y al odio sólo hay un paso, y eso es lo que han logrado los fanáticos inyectándoselo a la juventud en vena.


                       Lunes, 4 de diciembre de 2017. Juan Bravo Castillo

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