LA IMAGINACIÓN AL PODER


                             
            Como siempre que se acerca la Navidad, invariablemente se empieza a hablar de consumo –los precios del marisco y del besugo–, y, como es natural, de los impuestos, o sea, de la forma de cuadrar las cuentas que nunca le salen al Gobierno. Y, como siempre, en vez de hablar de austeridad y medidas de ahorro, se opta por lo habitual, por lo fácil, gravar el tabaco y el alcohol, luego vendrá la gasolina.
            Es lo de siempre, insisto. Dichosos aquellos que viven en países gobernados por gentes con imaginación y sentido de la justicia y la equidad. Uno, en su inocencia, porque a pesar de todo lo seguimos siendo, pese a quien pese, pensaba que, por una vez, y al objeto de cubrir el déficit crónico con esa tiranuela que es Bruselas, don Cristóbal Montoro, tras un año de cavilaciones, se atrevería a dar un golpe en la mesa, para hacer pagar los platos rotos de su ineficacia a ese 10% de la población que ha hecho de los años de la crisis su época de vacas gordas a costa de las flacas; uno, en verdad, así lo creía, y más cuando supimos lo del incremento del impuesto de Sociedades. Ya verás, me decía, lo próximo seré un impuestazo a los coches de lujo, a las joyas, y otro a las grandes fortunas, a los que viven de las rentas con sus quince o veinte pisos o jugando a la bolsa como el que juega al tute, a los que tienen el dinero por castigo.
            Pero, una vez más, y ya van más de cincuenta, hemos visto nuestras esperanzas frustradas, porque la cabra tira al monte, porque lo fácil es lo fácil, y lo expeditivo para los sucesivos gobiernos ha sido eso, gravar el tabaco y el alcohol, y de es modo recaudación segura desde el día siguiente, como con las multas de tráfico.
            Asistimos así al bochornoso espectáculo de siempre. Antes incluso se atrevía el Gobierno a decir que gravaba el tabaco y el alcohol para que la gente dejara de fumar y de beber, o sea, por una razón higiénica. Hoy ya ni siquiera se esgrime ese argumento: se grava y en paz. De tal modo que hasta el más ingenuo sabe que, gracias a los viciosos, se salvan los déficits del Estado. El vicio, qué duda cabe, es rentable para el recaudador, y justo, al parecer, porque en opinión de Montoro, todos los estratos sociales participan de él. Pero la realidad, la amarga realidad es que el que tiene el dinero por castigo se sigue riendo del mundo, en tanto que el anciano cuyo único consuelo es echar un pitillo al sol de la plaza de su pueblo, o viendo un partido de fútbol, se ve obligado a rascarse el bolsillo casi hasta el fondo para que de ese modo a Rajoy y a Montoro no le saquen los colores en Bruselas, su patria de elección. Pero, eso sí, parece ser que el vino y la cerveza van a quedar exonerados: todo sea por el turismo.
            ¿Para cuándo la imaginación? ¿Para cuándo los bemoles, Sr. Montoro? No basta con decir que va a apretarle las clavijas a los que defraudan, a los que se llevan el dinero a los paraísos fiscales, a la economía sumergida y otras lindezas. Usted sabe muy bien que eso no se puede hacer sin al menos dos mil inspectores de Hacienda más, y eso, usted sabe bien que no lo va a hacer, que vamos a seguir como siempre, haciendo política de vuelo gallináceo, hasta que vengan los que al final tendrán que venir.
            Y, mientras tanto, la caja de las pensiones se vacía inexorablemente. Subiendo los salarios de hambre en cincuenta euros, en tanto que mes a mes permite que suba inexorablemente la energía, no vamos a ningún sitio. Dentro de poco empezaremos a acordarnos de aquella España donde se podía vivir con cierta holgura con su propio trabajo, sin ser rentista ni especulador ni banquero. Al final tendremos que darle la razón a Iglesias cuando critica agriamente la política timorata del nuevo bipartidismo.
                   Juan Bravo Castillo. Lunes, 5 de diciembre de 2016
    

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