LOS BORBONES Y LA BULIMIA ERÓTICA




            A buen entendedor, pocas palabras bastan. Ahora entendemos las prisas de don Juan Carlos, Soberano Emérito, por abdicar y dejar el trono a su hijo Felipe VI, en tanto que el Gobierno aceleraba la entrada en vigor del aforamiento del Monarca saliente. Evidentemente, entre otras lindezas, éste estaba enterado de que las querellas presentadas contra él por una ciudadana belga, Ingrid Jeanne Sartiau, y, sobre todo, la presentada por el catalán Alberto Solà, iban adelante y muy bien podrían acarrear gravísimos problemas a una Monarquía seriamente tocada por culpa de la muy poco ejemplar conducta de parte de sus miembros.
            Ayer mismo nos enterábamos que la Sala de lo Civil del Tribunal Supremo admitía a trámite la demanda de paternidad presentada por la citada Ingrid Jeanne  Sartiau contra e Rey Don Juan Carlos, en tanto que, cautamente, desestimaba la de Alberto Solà, que asegura ser el primogénito de don Juan Carlos, acompañando su demanda de una prueba de ADN, obtenida de una forma un tanto torticera, con una “fiabilidad superior al 99,9 por ciento”.
            No sabemos cómo concluirán ambos affaires, pero lo que nadie con conocimientos históricos puede negar, es que estamos de nuevo ante la triste dinámica seguida por los Borbones desde su instalación en España, y que de nuevo habrá que recurrir a argucias jurídicas o de otra índole para solventar sendos casos, por ahora, de demandas de paternidad que tanto nos recuerdan las que la reina regente, María Cristina de Habsburgo-Lorena, tuvo que solventar, tras la muerte de Alfonso XII, con don Alfonso y don Fernando Sanz, hijos de la célebre actriz Elena Sanz; o las que décadas más tarde tuvo que afrontar el rijoso Alfonso XIII con doña María Teresa y don Leandro Alfonso Ruiz, hijos de la no menos célebre actriz Carmen Ruiz Moragas, “la Moragas”, viuda del torero mexicano Rodolfo Gaona.
            Un desastre, vamos. Al menos en la monarquía inglesa siempre, junto al “malo” estaba el “bueno” encargado de salvar a la realeza en los momentos clave –la reina Victoria, Jorge V y su inefable esposa Mary, la actual monarca Isabel II–. Lo de España es cosa aparte y así nos ha lucido el pelo con Austrias y Borbones. Hace poco veía un ejemplarizante reportaje de la BBC contando, cómo Jorge V, muerto el príncipe de Gales, pese a sus pocas luces, y gracias a la mujer que estaba destinada a su hermano, logró salvar la Corona británica en 1918 simplemente con lógica y un poco de inteligencia, en tanto que las Monarquías europeas, la alemana, la rusa o la del Imperio Austrohúngaro, se desplomaban estrepitosamente al final de la Primera Guerra Mundial por pura incapacidad y exceso de soberbia.
            Todos esperábamos y confiábamos, tras los prometedores comienzos y las expectativas generadas por su posicionamiento el 23-F, que don Juan Carlos de Borbón rompiera con la larga cadena de irresponsabilidades de sus ancestros desde Carlos III, para quienes sus respectivos reinados fueron simples monterías en las que no dejaban títere en caña. Ya antes del año 2000 se empezaron a evidenciar gestos muy negativos, pero su entrada en la senectud ha sido un desastre que va a dar mucho que hablar y no para bien. Una monarquía sin ejemplaridad está condenada al fracaso, y aquí la esperanza, hoy por hoy, se llama Felipe VI. Esperemos que con él se rompa la cadena.

Juan Bravo Castillo. Lunes, 19 de enero de 2015  

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